Se sabe que la energía no se crea ni se destruye, sino que se transforma, y quizás la rabia acumulada luego de seis semanas de falta de respuestas por parte de un gobierno que prefiere mutilar a la nación en vez de resolver algo, está derivando en que cada concierto se vuelve una instancia de catarsis. Sea el estilo que sea, la energía aparece como nunca, con un foco imparable, dedicado al espectáculo. Y en el retorno a Chile de Stratovarius, luego de seis años, no existía chance para que el escenario fuera diferente.

En 2013, la agrupación finesa estuvo en Club Blondie, siendo la última presentación en mucho tiempo, luego de llegar cada par de años a tocar en el país, haciéndose extrañar considerando que sacaron dos discos en este tiempo. La gente hizo notar su expectación agotando la cancha semanas antes y llegando masivamente, pese al ambiente en el país que, de todas formas, no se notó tanto en el interior del Teatro Caupolicán. Los únicos gritos políticos se dieron gracias a una voz de Homero Simpson diciendo las frases “El que no salta es paco”, “Chúpalo, Karol Dance”, “Piñera Culiao” y “El guanaco, por favor”, prendiendo el ambiente, generando risas y también algunas pifias cercanas a la hora de inicio del show, cuya intro comenzó a sonar exactamente a las 20:30 hrs.

Luego de entrar, el quinteto se dio por entero en “Eagleheart”, pero en el inicio la banda no suena llenando el escenario: existe una disonancia muy leve entre la batería y el resto, como si funcionaran con un tempo mínimamente diferente. Hay espacio entre los instrumentos y eso hace que todo se note, cosa que en un show de metal se agradece, pero falta esa fluidez de la impresión de la totalidad, algo que pasa tanto por la falta de protagonismo del bajo, así como el redoble de esfuerzos en muchos pasajes claves de las canciones entre la guitarra y el teclado, en vez de lograr algo un poco más desarrollado, quedándose demasiado en el riff, como en “Phoenix”, algo que se revirtió en “Oblivion”. Sin embargo, eso no quitó que desde el comienzo la voz de Timo Kotipelto remeciera a la asistencia y que todo fuera un karaoke colectivo, ni tampoco que Jens Johansson dejara en claro lo dominante que es el teclado en la configuración de las emociones en Stratovarius.

El sonidista iba descubriendo cómo desenredar el sonido recién en la cuarta canción, “Shine In The Dark”, cuando los riffs dejan de dominar y son las melodías y las armonías las que logran la magia de generar admiración y potencia. Aquí hay una generalidad del estilo: las canciones épicas pierden brillo cuando suenan con un aparente muro cercándolas y confinándolas a espacios reducidos. Menos mal eso fue disipándose con el correr de la noche, incluso ayudando en el crescendo del show, generando una sensación de mayores recompensas más adelante, algo que indudablemente ocurriría, no sin antes pasear por parte importante del repertorio de una banda con más de tres décadas de historia, que sigue sonando como si formara parte de lo más pegote de estos tiempos rockeros.

La transición de “Shine In The Dark” a “SOS”, y luego las gargantas estruendosas con “Paradise” –una sorpresa para quienes esperaban canciones similares al resto de la gira–, ponían al show por completo en el carril correcto, ese de las emociones fluidas y los sonidos precisos, justo antes de una muestra del virtuosismo y la contención de Matias Kupiainen en la guitarra, pasando con naturalidad a “4000 Rainy Nights”. Es extraño ver cómo hay tantas sonrisas en medio de una canción tan dolorosa en su letra como esta, pero tiene que ver con el acto de sentirse parte, de enfocar las energías y replegar el avance para simplemente admirar un poco el paisaje, aunque sea sudando en medio de una cancha donde unos tipos pasados de revoluciones están echándose improperios y queriendo golpearse mientras el resto disfruta.

Como el show no tiene mayores descansos, luego fue el momento del solo de Lauri Porra, el bajista que incluso agarra el ritmo de la cueca para incluirla en su entrega que funciona como intermedio para el momento más épico de la jornada. Sin exigencias, sin artificios, sin nada más que la canción, Stratovarius no sólo presentó una excelente versión de “Visions (Southern Cross)”, sino que también lo hizo con la solemnidad que usualmente se extraña. Mientras en el resto del espectáculo la acción se vive desde la energía y la interacción con la gente, en el acto de buscar miradas por parte de Kotipelto, en esa canción nada de eso ocurre porque la composición tiene su propio acontecer, en once minutos de verdadera épica, sin necesidad de más. Para colmo, Jens Johansson inmediatamente después realizó un solo de teclado que generó el paso perfecto entre la admiración en “Visiones” y la oleada de gargantas al unísono en “Black Diamond”.

Un pequeño receso derivó en que la gente estuviera lista para cantar “Forever” y “The Kiss Of Judas”, cada cual en su onda diferente. Mientras en “Forever” las voces se encienden y lo acústico deriva en una conexión desde la letra, en “The Kiss Of Judas” la emoción se sintió desde la fuerza bruta, que se notó mucho desde la batería de Rolf Pilve, que, luego de los ripios en las primeras canciones, pudo lucirse de verdad sin esa sensación de desacomodo. En “Unbreakable” también pudo brillar, aunque la verdadera luz terminó de llegar al final, en “Hunting High And Low”. Es importante cómo lo técnico también juega un rol importante en un show, y en la noche del Caupolicán también ocurre con el recinto. Tan relevante como la performance de la banda fue la reacción de la gente, y tan importante como eso era la vista de un teatro repleto, cuadruplicando la asistencia al show respecto a su visita anterior, lo que, desde ese frío pero concreto punto de vista, también era un éxito. Más exitoso aún fue el juego de Timo con el público, quitándoles lo poco que les quedaba en las cuerdas vocales, pero con el noble objetivo del entretenimiento.

Energía desplegada y enfocada en esa última canción que, luego de una hora y media que pasó volando, bajó el telón a las 22:04 hrs., cazando a diestra y siniestra sonrisas, emociones y energía, y no como las fuerzas policiales que están cazando violencia y miseria, o como las fuerzas políticas que están cazando descontento y poca empatía. En hora y media, enfocando las fuerzas en otro lado, en otra forma de sentir y con buenas canciones de su lado, Stratovarius entregó otro de esos eventos inolvidables en un contexto histórico, con fuerza, conexión y con esa capacidad de seguir adelante, mejorando las cosas sobre una marcha segura, tal como lo ha sido su trayectoria y también su relación con el público chileno.
Setlist
- Eagleheart
- Phoenix
- Oblivion
- Shine In The Dark
- SOS
- Paradise
- Solo de guitarra
- 4000 Rainy Nights
- Solo de bajo
- Visions (Southern Cross)
- Solo de teclados
- Black Diamond
- Forever
- The Kiss Of Judas
- Unbreakable
- Hunting High And Low