El jazz usualmente se asocia al virtuosismo, la inteligencia, la capacidad de generar contratiempos y quiebres para mostrar composiciones siendo torcidas y estiradas para, cada noche, escuchar algo completamente distinto. Sin embargo, hay otros aspectos que son claves, como la capacidad en la que se complementan los miembros de una banda, la generosidad y, por cierto, el control de la energía y los estados de ánimo en la interpretación musical.

Si hay una manifestación musical donde existen infinitas posibilidades para variar y generar cosas nuevas, ese es el jazz, y un maestro del género como John Scofield entiende esto a la perfección, y en su regreso a Chile lo hizo notar con su Combo 66 Quartet, ese formato con el que grabó también “Combo 66” (2018), álbum donde su genialidad se dispone de forma tímida en relación a las complejidades que se pudieron ver en el escenario del Teatro Nescafé de las Artes.

Con puntualidad, a las nueve de la noche se apagaron las luces y los músicos ocuparon sus espacios con calma en un escenario dispuesto inteligentemente, con todos los intérpretes a la vista, comenzando todo con la fluidez de “Can’t Dance”, ese tema que abre el disco que sirve como excusa para esta gira que lo llevó a otros países latinoamericanos. De inmediato queda claro que no se trata de lo que se muestra, sino de lo que se esconde, de esos misterios revelados poco a poco en canciones con líneas sencillas y con rayos de luz que se cuelan como el aro de fuego lo hará en el eclipse. Destacable es la delicadeza de Gerald Clayton en el órgano y piano de cola, quien no sólo acaricia las teclas, sino que lo hace con intención y naturalidad pasmosas. El más estridente del lote era el baterista Bill Stewart, no por armarse de grandes y rápidos baquetazos, sino por la capacidad de mezclar golpes más fuertes con detalles precisos que aumentan la atmósfera de admiración.

“Combo Theme” o “Icons At The Fair” ponían a los músicos en perfecta sincronía, con Scofield deslizando sus dedos por las cuerdas con un movimiento que asemeja a un baile, en vez de la usual tendencia de querer sacarle todos los sonidos posibles a una guitarra. Se trata de acariciar el instrumento, ver gentilmente qué sonido es más adecuado y llegar al punto en que cada toque es todo lo que tiene que ser. En vez de llenar cada compás con sus apuntes en la guitarra, Scofield a veces se queda sentado admirando a los músicos alrededor. Con la estructura de composiciones delimitando claramente las fronteras de las canciones, la improvisación tiene un marco que le permite flotar con seguridad, manteniendo el groove y, por cierto, sin soltar ninguna de las influencias de Scofield, desde el jazz hasta el blues, pasando por el country o el funk.

Todo lo anterior se notaba en “Hangover” con certeza, y también en la versión de “F U Donald”, tema compuesto por el baterista Bill Stewart que tiene no sólo sus golpes y detalles en magistral exposición, sino que también le permite a John dejarse llevar más de lo usual para dejar a todo el público vuelto loco, principalmente por la capacidad histriónica de los músicos, la que recién explotó en un momento preciso, bajo control, casi a la hora de concierto. Esto es algo encomiable por la capacidad de manejar los tiempos y por cómo se elige una canción de título de protesta para mostrar más fuerza y más dirección. Nada es casual.

Por supuesto, nada es casual considerando que John Scofield trabajó con parte de los más grandes artistas del género, como Herbie Hancock o Chet Baker, e incluso Miles Davis. Tal vez por ello el guitarrista entiende el valor de dejar brillar a su banda. Vicente Archer y su contrabajo muchas veces desafiaban los compases dominantes, y en vez de lograr una contra melodía o ir en otro tiempo, lo que ocurría era una cuasiarmonía que utilizaba el más crudo sonido del contrabajo como un elemento de percusión, además de dotar de mayor profundidad al sonido, lo que permitía que, cuando Archer no tocaba, esta ausencia generara momentos distintos dentro de las mismas canciones. Es este tipo de ensamble el que asegura que no sean necesarios los aspavientos para que todos destaquen, y en vez de la egolatría usual en muchos músicos, lo que se ve en el escenario del Teatro Nescafé es una verdadera colaboración, como pocas veces se puede ver, en pos del talento y un sonido común.

El único momento donde Scofield elige quedar realmente solo en medio de las canciones es cerca del cierre del main set, cuando al final de “Willa Jean” dispone de inmediato el comienzo de “Uncle Southern”, ese track con tintes de ese country que tan bien se le da a su cuidada y gentil guitarra. Son minutos de construcción de un mensaje claro, reluciente y muy potente. Aun así, él no cierra la canción solo, sino que lo hace con sus músicos, derivando en un gran final, con fanfarria incluida.

Donde no habría fanfarria sería con un encore dedicado a un estándar clásico del jazz, “But Beautiful”, una composición cantada por muchas voces claves en el género, y que a estas alturas tiene tantas versiones como se quiera buscar. En ese espectro, de todo lo que se puede encontrar, lo que elige Scofield con su banda es una de las posibilidades más dulces, con el piano de Clayton tomándose el inicio con tanta calma como es posible, y apenas pulsando las teclas para luego sumar al resto de la banda tras un par de minutos de cariño para el oído, y jamás perdiendo ese tono tierno, llenando el alma, en un cierre contenido para un show implacable en su ejecución y bello en su resultado, que en una hora y cincuenta minutos sólo podía culminar con el público de pie, agradeciendo, porque no sólo fue una gran noche de jazz, sino también una jornada de música que sana el espíritu.
Setlist
- Can’t Dance
- Combo Theme
- Icons At The Fair
- Southern Pacific
- Hangover
- F U Donald (original de Bill Stewart)
- Green Tea
- Dang Swing
- Willa Jean
- Uncle Southern
- But Beautiful (original de Dayna Stephens)