Probablemente no existe nada peor que las expectativas a la hora de apreciar la música de una banda y Wilco cabe perfectamente en esa problemática, pese a salir relativamente airosos de todas las catalogaciones que les han hecho durante su existencia. “Rock para papás indie”, “country alternativo” o, la peor de todas, “los Radiohead americanos”, lo que está muy alejado de la realidad, aunque hay que concederle cierta razón a ese mote teniendo en cuenta que el viraje sonoro de “Yankee Hotel Foxtrot” (2001) fue considerable respecto a sus trabajos anteriores igual que los de Oxford: un disco que los llenó de elogios y que punteó los rankings de la prensa especializada ese año. Quince años después, la décima entrega en largo de los dirigidos por Jeff Tweedy ve la luz, y su nombre es “Schmilco”, un homenaje a “Nilsson Schmilsson” (1971), el álbum más exitoso del cantautor estadounidense Harry Nilsson.
La portada del álbum corre por cuenta del ilustrador e historietista catalán Joan Cornellà, conocido cultor del humor negro y absurdo, augurando un álbum vibrante, considerando también que las canciones de “Schmilco” provienen de las mismas sesiones de “Star Wars”, publicado nada más el año pasado, un álbum aventurero, disonante y experimental que apareció de sorpresa para descarga gratuita por el sello propio de Wilco. El problema viene justamente aquí, en la expectativa: “Schmilco” está lejos de lo que uno podría esperar; parece muchas veces un lado B de “Star Wars”, donde dejaron lo más acústico y folkie de las sesiones, a la usanza del proyecto de Tweedy que lleva su apellido y en el que reclutó a su hijo Spencer, canciones sumamente íntimas y de bajo vuelo. Pese a todo, las canciones están dotadas de una gran riqueza melódica que, aunque parezcan mustias y languidecientes, navegan por aguas calmas con soltura. Para muestra el primer par de tracks, “Normal American Kids” y el primer single del álbum, “If I Ever Was A Child”.
Como otros niños símbolo del indie estadounidense, tales como Modest Mouse, Wilco ha experimentado un lento pero constante declive en originalidad, lo que les juega en contra a la hora de capturar nuevos adeptos. Este último disco probablemente no le va a dejar nada nuevo ni a los fans ni a los potenciales nuevos fans, sin embargo, tiene sus cartas bajo la manga, como “Common Sense” o “Locator”, herederas de la disonancia de su predecesor, especialmente esta última, casi revisitando la escena no wave neoyorkina de los años ochenta, con guitarras claustrofóbicas y letras iterativas.
“Nope” asoma como resumen general del disco, la más alt-country, la más disfrutable, pero definitivamente lejos de ser lo mejor del catálogo de los chicaguenses. “Happiness” y “Quarters” sumergen en el sopor a un disco que de a poco iba levantando vuelo con “Someone To Lose” y, sin embargo, al resignarse el oyente, resulta bastante agradable de escuchar. Situación que se profundiza en “Shrug And Destroy”, una canción derechamente desechable, pero al mismo tiempo curiosamente muy easy listening, mismo caso que “We Aren’t The World (Safety Girl)” y “Just Say Goodbye”, canción que le da fin al álbum.
Nuevamente hay que decirlo: “Schmilco” es un disco confuso, que divaga entre el bajísimo vuelo en términos de energía y su incontrarrestable encanto melódico. Sin ser uno de los mejores álbumes de su catálogo (definitivamente no) gana en enganche, aunque hay que tenerle mucha, pero muchísima paciencia, y a veces en esto de la música y con el tremendo currículum que los precede, es definitivamente un punto en contra. Nuevamente caemos en el flagelo de las expectativas. Quedamos a la espera de que el último track del álbum no sea premonitorio y de verdad Wilco tenga algo adicional que decir antes de despedirse, porque este, si llegara a ser su último disco, sería un final agridulce.
Tres años pasaron desde que Natalie Mering estrenara el cuarto trabajo de estudio de su proyecto Weyes Blood, llevándose el reconocimiento general y un sinfín de aplausos con una obra tan completa como “Titanic Rising” (2019). Aunque la artista se acostumbraba a las buenas críticas, las expectativas serían aún mayor al momento de enfrentarse a un próximo larga duración, misión que tiene pendiente con la llegada de “And In The Darkness, Hearts Aglow”, un trabajo donde la premisa de oscuridad absorbe gran parte de la trama, pero que la interpretación desde el corazón la transforma en una obra con una belleza e intensidad por partes iguales, haciéndole justicia a su título, más allá de las palabras. Todo esto se debe a la manera en que el disco se desarrolla, así como las capas que resisten el análisis o de cualquier prejuicio a la profundidad y efectividad de dichas composiciones.
Desde las distintas aristas que podamos darle a este disco, el principal factor que resalta es la capacidad de Natalie Mering a la hora no sólo de componer canciones, sino que también de la impronta que aplica en la producción, con una serie de colaboradores cooperando en aquella misión. Y es que desde la apertura con “It’s Not Just Me, It’s Everybody” demuestra cómo las cosas siguen su curso desde donde quedaron la última vez y, así, poder identificar de entrada los elementos que hacen de esta obra una sucesora de “Titanic Rising”, ya que es la propia intérprete quien describe este LP como el segundo en una trilogía que comenzó con su lanzamiento anterior. Si bien, prácticamente todas las canciones tienen la intervención de un arreglista externo, todo esto debido al trabajo que los músicos Ben Babbitt y Drew Erickson aplican en gran parte de los tracks, el componente personal se siente no sólo desde la interpretación, sino también desde donde Mering estructura su obra.
De esa forma de estructurar es cómo podemos ver el funcionamiento secuencial de inmensas composiciones, como “Children Of The Empire” o “Grapevine”, en las que Weyes Blood se luce en una interpretación muy rica en detalles, donde su voz logra tomar primer plano incluso con una sección instrumental tan cuidadosa y robusta como la que implementan en la guitarra y batería los hermanos Brian y Michael D’Addario, ampliamente reconocidos como el dúo The Lemon Twigs. Entre el sinfín de influencias y comparaciones que recibe la artista, los nombres de Brian Wilson y Karen Carpenter siempre estarán presentes en la manera compositiva e interpretativa, respectivamente, pero lo cierto es que Natalie ha sabido nutrirse de esos elementos para entregar un enfoque fresco y de manera más directa, evitando plagios o reminiscencias tan explicitas en su música. Un ejemplo de ello es la melancólica “God Turn Me Into A Flower”, donde la hipnótica presencia vocal de Mering se toma cada espacio con una delicadeza e intensidad que ha transformado en sello propio.
“Hearts Aglow”, por otra parte, encierra un poco los tópicos y componentes sonoros de esta quinta obra de estudio de Weyes Blood, aplicando correctamente términos líricos y musicales de la melancolía y contemplación personal, pero a la vez dejando entrever esas fisuras que permiten entrar a un plano más luminoso y optimista. Los arreglos siguen tan impecables como en cualquiera de las canciones de este disco, pero su desarrollo inminente hacia el interludio “And In The Darkness” le dan una cara única, con el carácter más ligado al pop barroco, poniendo énfasis en la experimentación, sobre todo considerando la presencia de una canción como “Twin Flame” que, contraria a la mayoría, carece de arreglistas externos y se centra en las propias ideas de la intérprete. Luego del tormentoso paso de “In Holy Flux”, el disco cierra con “The Worst Is Done” y “A Given Thing”, sumando 10 minutos donde tenemos desde el lado más juguetón hasta el más apasionado, aristas opuestas en el amplio rango interpretativo de Mering.
Siempre es complejo analizar una obra cuando se pueden tomar tantas referencias a la hora de desmantelar su estructura, pero lo cierto es que es en ese ejercicio donde verdaderamente podemos notar cuánto hay de inspiración y de reinterpretación, o si, en el peor de los casos, existe algún atisbo de plagio. Los artistas más nuevos enfrentan el gran problema de un panorama musical a veces desgastado, donde todo fue inventado y nadie puede ser el primero a la hora de querer aplicar sus ideas o entregar una versión más fresca de algo que ya esté arraigado en el oído colectivo. Lo de Weyes Blood no es por ninguna parte algo novedoso o diferente a muchos discos que podamos oír previamente, pero su principal gracia se encuentra en cómo esos elementos se presentan e interpretan, y ahí es donde la artista se desmarca de sus pares y logra salir adelante como una compositora que tiene mucho que ofrecer con su arte. Cinco discos y sólo aciertos es algo que pocos pueden contar, sobre todo a una edad tan temprana, donde el legado musical no puede hacer otra cosa que reforzarse de aquí en adelante.