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Roger Waters – “Is This The Life We Really Want?”

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Tuvieron que pasar 25 años para que Roger Waters publicara un nuevo álbum emparejado con el rock, puntualmente, “Is This The Life We Really Want?”. Durante la temporada 2005, el legendario artista británico tuvo el lanzamiento de “Ça Ira”, sin embargo, aquel se trató íntegramente de una ópera dividida en tres actos con un desarrollo conceptual (al ex Pink Floyd le tomó nada menos que 17 veranos completar este registro, desde 1988 hasta el año de su edición). Fue el gran “Amused To Death” (1992) el último material documentado antes de que el compositor decidiera cambiar de estilo, al menos sobre la creación de trabajos originales. Cinco lustros desiertos para que Waters dejara la sinfonía de lado y regresara al género que lo hiciera crecer como músico.

Y vaya qué manera de llevar el peso, porque “Is This The Life We Really Want?” es una pieza que, en sus 54 minutos de duración, tiene la capacidad cierta de concentrar todo lo que representa la figura de Roger Waters para la música (rock), junto al total de los elementos patentados por el autor en las más de cinco décadas que se ha mantenido vigente. De forma inequívoca y justo antes de las libertades que le otorga su proyecto solitario en su quehacer como letrista, el inglés dispone del sonido más depurado de Pink Floyd para ir distribuyendo el álbum. La sensación que va creciendo en cuanto la reproducción del anterior avanza, es una que apunta a cada uno de los cortes que componen al registro con un símil dentro del catálogo tardío de la banda formada en los sesenta.

Sobre la producción se va trazando una estela instrumental con una serie de nombres propios; un grupo de canciones surgidas y celebradas en otro tiempo que no nos cuesta trabajo reconocer: “Time” introduce a “When We Were Young”, “Pigs On The Wing” y “One Of My Turns” asoman en “Déjà Vu”, “Dogs” es el puente en “Bird In A Gale”, “Have A Cigar“ y “Welcome To The Machine“ quiebran a “Smell The Roses”, y “Southampton Dock” cierra en “Part Of Me Died”. Todos estos temas (y más) van alineándose en un track listing paralelo e imaginario dentro de un disco que precisamente tiene como principal resquicio traer de vuelta cualquier rastro de aquellas. En esto tiene mucho que ver el productor a cargo, Nigel Godrich, inagotable colaborador de Radiohead que, para la ocasión, exigió a Waters retroceder cuarenta años en su vida profesional para recuperar el sonido creado junto a David Gilmour, Richard Wright y Nick Mason (Syd Barrett es otro cuento).

En relación al marco individual del LP, hasta el noveno tema (“Smell The Roses”) no existe una partición que sea advertible en las armonías: todo el compuesto es un vaivén de pasajes más intensos y otros que apelan a lo más contemplativo. Sólo a partir del décimo corte, “Wait For Her”, se provoca una evidente disociación en la suma. Esto, porque la propia canción, junto a “Oceans Apart” y “Part Of Me Died”, necesitan ser una isla independiente de sus antecesoras para rematar con solvencia un concepto general que finalmente se relaciona con la desilusión y el abandono hacia la porción más oscura de nuestra naturaleza cívica y humana. Claro, ahí se encuentra el Waters escritor, uno que se desentiende de la diplomacia del gentleman inglés (nunca lo fue, en realidad) para canalizar sus inquietudes a través de sendos “fucking“ o “fuck you” puestos en momentos clave dentro de la maravillosa “Picture That”, de “Broken Bones” o del corte homónimo del disco, una terna que habla de la historia reciente, la coyuntura actual y el anhelo de un futuro salubre. Por supuesto, Waters crea el espacio para repasar el agitado escenario político que ha marcado la dirección del mundo en el último tramo. Desde la crisis de los refugiados en Europa (“The Last Refugee”), pasando por el golpe anti Trump (“Picture That”) -el que se extiende a las presentaciones en vivo del cantante-, hasta la violencia mediante drones que desembocó en una nueva forma de guerra (“Déjà Vu”), el álbum entero es “en parte una diatriba política”, como el mismo bajista británico se encargó de aclarar.

Además de cultivar una carraspera que se va haciendo cada vez más aguardentosa con el paso del tiempo, a sus 73 años Roger Waters una vez más se pliega a los principios artísticos que ha celado con tanta pasión en el ancho de su trayectoria, los mismos que sin discusión lo transformaron en un talibán (vaya paradoja) hacia el final de su etapa en Pink Floyd. El testimonio queda registrado en “Is This The Life We Really Want?”, un excelente disco que prescinde del existencialismo convenido en “Amused To Death”, que parece haber nacido de manera bastarda entre algún punto de “Animals” y “The Wall”, y que ubica a un músico sobre facultado por la experiencia reconstruyendo su propio legado para llegar a un trabajo que quizás sea el definitivo.

Discos

Weyes Blood – “And In The Darkness, Hearts Aglow”

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Tres años pasaron desde que Natalie Mering estrenara el cuarto trabajo de estudio de su proyecto Weyes Blood, llevándose el reconocimiento general y un sinfín de aplausos con una obra tan completa como “Titanic Rising” (2019). Aunque la artista se acostumbraba a las buenas críticas, las expectativas serían aún mayor al momento de enfrentarse a un próximo larga duración, misión que tiene pendiente con la llegada de “And In The Darkness, Hearts Aglow”, un trabajo donde la premisa de oscuridad absorbe gran parte de la trama, pero que la interpretación desde el corazón la transforma en una obra con una belleza e intensidad por partes iguales, haciéndole justicia a su título, más allá de las palabras. Todo esto se debe a la manera en que el disco se desarrolla, así como las capas que resisten el análisis o de cualquier prejuicio a la profundidad y efectividad de dichas composiciones.

Desde las distintas aristas que podamos darle a este disco, el principal factor que resalta es la capacidad de Natalie Mering a la hora no sólo de componer canciones, sino que también de la impronta que aplica en la producción, con una serie de colaboradores cooperando en aquella misión. Y es que desde la apertura con “It’s Not Just Me, It’s Everybody” demuestra cómo las cosas siguen su curso desde donde quedaron la última vez y, así, poder identificar de entrada los elementos que hacen de esta obra una sucesora de “Titanic Rising”, ya que es la propia intérprete quien describe este LP como el segundo en una trilogía que comenzó con su lanzamiento anterior. Si bien, prácticamente todas las canciones tienen la intervención de un arreglista externo, todo esto debido al trabajo que los músicos Ben Babbitt y Drew Erickson aplican en gran parte de los tracks, el componente personal se siente no sólo desde la interpretación, sino también desde donde Mering estructura su obra.

De esa forma de estructurar es cómo podemos ver el funcionamiento secuencial de inmensas composiciones, como “Children Of The Empire” o “Grapevine”, en las que Weyes Blood se luce en una interpretación muy rica en detalles, donde su voz logra tomar primer plano incluso con una sección instrumental tan cuidadosa y robusta como la que implementan en la guitarra y batería los hermanos Brian y Michael D’Addario, ampliamente reconocidos como el dúo The Lemon Twigs. Entre el sinfín de influencias y comparaciones que recibe la artista, los nombres de Brian Wilson y Karen Carpenter siempre estarán presentes en la manera compositiva e interpretativa, respectivamente, pero lo cierto es que Natalie ha sabido nutrirse de esos elementos para entregar un enfoque fresco y de manera más directa, evitando plagios o reminiscencias tan explicitas en su música. Un ejemplo de ello es la melancólica “God Turn Me Into A Flower”, donde la hipnótica presencia vocal de Mering se toma cada espacio con una delicadeza e intensidad que ha transformado en sello propio.

“Hearts Aglow”, por otra parte, encierra un poco los tópicos y componentes sonoros de esta quinta obra de estudio de Weyes Blood, aplicando correctamente términos líricos y musicales de la melancolía y contemplación personal, pero a la vez dejando entrever esas fisuras que permiten entrar a un plano más luminoso y optimista. Los arreglos siguen tan impecables como en cualquiera de las canciones de este disco, pero su desarrollo inminente hacia el interludio “And In The Darkness” le dan una cara única, con el carácter más ligado al pop barroco, poniendo énfasis en la experimentación, sobre todo considerando la presencia de una canción como “Twin Flame” que, contraria a la mayoría, carece de arreglistas externos y se centra en las propias ideas de la intérprete. Luego del tormentoso paso de “In Holy Flux”, el disco cierra con “The Worst Is Done” y “A Given Thing”, sumando 10 minutos donde tenemos desde el lado más juguetón hasta el más apasionado, aristas opuestas en el amplio rango interpretativo de Mering.

Siempre es complejo analizar una obra cuando se pueden tomar tantas referencias a la hora de desmantelar su estructura, pero lo cierto es que es en ese ejercicio donde verdaderamente podemos notar cuánto hay de inspiración y de reinterpretación, o si, en el peor de los casos, existe algún atisbo de plagio. Los artistas más nuevos enfrentan el gran problema de un panorama musical a veces desgastado, donde todo fue inventado y nadie puede ser el primero a la hora de querer aplicar sus ideas o entregar una versión más fresca de algo que ya esté arraigado en el oído colectivo. Lo de Weyes Blood no es por ninguna parte algo novedoso o diferente a muchos discos que podamos oír previamente, pero su principal gracia se encuentra en cómo esos elementos se presentan e interpretan, y ahí es donde la artista se desmarca de sus pares y logra salir adelante como una compositora que tiene mucho que ofrecer con su arte. Cinco discos y sólo aciertos es algo que pocos pueden contar, sobre todo a una edad tan temprana, donde el legado musical no puede hacer otra cosa que reforzarse de aquí en adelante.


Artista: Weyes Blood

Disco: And In The Darkness, Hearts Aglow

Duración: 46:22

Año: 2022

Sello: Sub Pop


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