Cuando en su último disco hasta hace unas semanas, “Loud Like Love” (2013), Placebo cantaba: “Tengo demasiados amigos / demasiada gente / que nunca conoceré / ni estaré disponible para ellos”, parecía anticipar que las ausencias serían algo que se avecinaba y que la soledad de los fans, sin mayores novedades por un lustro tras un “grandes éxitos”, sería una realidad. Pero ese silencio discográfico se acabó con noticias en 2021 de un nuevo disco, para 2022, casi nueve años después. La importancia del tiempo transcurrido viene desde la madurez que abunda en “Never Let Me Go”, el octavo álbum de Placebo, uno que convierte a Brian Molko y Stefan Olsdal en un dúo, algo que podría haber aportado a la consistencia de esta nueva era de la banda.
Es que una ausencia así, que casi se salta una década (creativamente hablando), se nota. En materia sonora, pese a que haya ideas no tan lejanas a los últimos discos de Placebo, sí hay experimentos y un estilo de producción que le quita hálitos nostálgicos a las canciones, incluso cuando las estructuras muchas veces siguen patrones similares a su disco anterior o a “Battle For The Sun” (2009). El sonido es más maduro, y la ductilidad de los efectos y líneas instrumentales se acomoda a la creación en modo dúo, cargando la mano a lo electrónico, algo notorio en los tracks más rockeros, como “Hugz” y “Twin Demons”, o en los más calmos como “Happy Birthday In The Sky” y “This Is What You Wanted”. Esto ayuda a que el álbum se sienta coherente hasta el hartazgo, sólo amedrentado por su duración de casi una hora, lo que hace que los quiebres estilísticos se valoren aún más.
“The Prodigal”, con sus motivos orquestales, acerca a Placebo más a la tradición melódica inglesa que a las influencias glam que inundan el resto de su discografía, y junto a la ya mencionada “Happy Birthday In The Sky” parecen canciones cuya exquisitez sonora recuerda a la última era de Manic Street Preachers, con un gran manejo de la estructura y fluidez en el track mismo. “Try Better Next Time” es el mejor single de Placebo en década y media, y “Sad White Reggae” parece sacada de la era de los 2000 de la banda.
Pero el talón de Aquiles de este trabajo son las letras. Si bien, Placebo se caracteriza por figuras literarias exageradas y referencias directas, en “Never Let Me Go” la repetición es algo llamativo, con pocas variaciones en coros, puentes, o incluso en estrofas, que hasta se repiten en el caso del single “Beautiful James”, afectando el flujo de ciertas canciones. De hecho, los fraseos de Molko pueden asimilarse demasiado entre una composición y otra, similar a la cadencia de Residente, por ejemplo, que en distintos estilos sonoros frasea igual. Un ejemplo notorio viene al escuchar pegadas “Chemtrails” y “This Is What You Wanted”, cuyo fraseo es casi calcado, pareciendo dos partes de la misma canción o de la misma sesión de escritura. Además, la paradoja es que en lo sonoro este disco es muy maduro y se desarrolla de forma excelente, compensando la sensación de ausencia, pero en las letras hay motivaciones tanto o más pueriles que hace una década, aún concentrados en amores adolescentes (en ambos sentidos de la expresión) y en clichés, en vez de ahondar en las ideas superficiales que se declaman.
Lo bueno es que no es un declive tan terrible, dado que, simplemente, es como si las letras pudieran formar parte de la obra de hace 15 o 20 años de la banda, así que no se siente demasiado incongruente, pero sin duda que la dicotomía entre madurez sonora e inmadurez lírica es aquello que impide a “Never Let Me Go” tomar el impulso emocional y de calidad que Placebo, en este momento de su carrera, puede entregar.
Tres años pasaron desde que Natalie Mering estrenara el cuarto trabajo de estudio de su proyecto Weyes Blood, llevándose el reconocimiento general y un sinfín de aplausos con una obra tan completa como “Titanic Rising” (2019). Aunque la artista se acostumbraba a las buenas críticas, las expectativas serían aún mayor al momento de enfrentarse a un próximo larga duración, misión que tiene pendiente con la llegada de “And In The Darkness, Hearts Aglow”, un trabajo donde la premisa de oscuridad absorbe gran parte de la trama, pero que la interpretación desde el corazón la transforma en una obra con una belleza e intensidad por partes iguales, haciéndole justicia a su título, más allá de las palabras. Todo esto se debe a la manera en que el disco se desarrolla, así como las capas que resisten el análisis o de cualquier prejuicio a la profundidad y efectividad de dichas composiciones.
Desde las distintas aristas que podamos darle a este disco, el principal factor que resalta es la capacidad de Natalie Mering a la hora no sólo de componer canciones, sino que también de la impronta que aplica en la producción, con una serie de colaboradores cooperando en aquella misión. Y es que desde la apertura con “It’s Not Just Me, It’s Everybody” demuestra cómo las cosas siguen su curso desde donde quedaron la última vez y, así, poder identificar de entrada los elementos que hacen de esta obra una sucesora de “Titanic Rising”, ya que es la propia intérprete quien describe este LP como el segundo en una trilogía que comenzó con su lanzamiento anterior. Si bien, prácticamente todas las canciones tienen la intervención de un arreglista externo, todo esto debido al trabajo que los músicos Ben Babbitt y Drew Erickson aplican en gran parte de los tracks, el componente personal se siente no sólo desde la interpretación, sino también desde donde Mering estructura su obra.
De esa forma de estructurar es cómo podemos ver el funcionamiento secuencial de inmensas composiciones, como “Children Of The Empire” o “Grapevine”, en las que Weyes Blood se luce en una interpretación muy rica en detalles, donde su voz logra tomar primer plano incluso con una sección instrumental tan cuidadosa y robusta como la que implementan en la guitarra y batería los hermanos Brian y Michael D’Addario, ampliamente reconocidos como el dúo The Lemon Twigs. Entre el sinfín de influencias y comparaciones que recibe la artista, los nombres de Brian Wilson y Karen Carpenter siempre estarán presentes en la manera compositiva e interpretativa, respectivamente, pero lo cierto es que Natalie ha sabido nutrirse de esos elementos para entregar un enfoque fresco y de manera más directa, evitando plagios o reminiscencias tan explicitas en su música. Un ejemplo de ello es la melancólica “God Turn Me Into A Flower”, donde la hipnótica presencia vocal de Mering se toma cada espacio con una delicadeza e intensidad que ha transformado en sello propio.
“Hearts Aglow”, por otra parte, encierra un poco los tópicos y componentes sonoros de esta quinta obra de estudio de Weyes Blood, aplicando correctamente términos líricos y musicales de la melancolía y contemplación personal, pero a la vez dejando entrever esas fisuras que permiten entrar a un plano más luminoso y optimista. Los arreglos siguen tan impecables como en cualquiera de las canciones de este disco, pero su desarrollo inminente hacia el interludio “And In The Darkness” le dan una cara única, con el carácter más ligado al pop barroco, poniendo énfasis en la experimentación, sobre todo considerando la presencia de una canción como “Twin Flame” que, contraria a la mayoría, carece de arreglistas externos y se centra en las propias ideas de la intérprete. Luego del tormentoso paso de “In Holy Flux”, el disco cierra con “The Worst Is Done” y “A Given Thing”, sumando 10 minutos donde tenemos desde el lado más juguetón hasta el más apasionado, aristas opuestas en el amplio rango interpretativo de Mering.
Siempre es complejo analizar una obra cuando se pueden tomar tantas referencias a la hora de desmantelar su estructura, pero lo cierto es que es en ese ejercicio donde verdaderamente podemos notar cuánto hay de inspiración y de reinterpretación, o si, en el peor de los casos, existe algún atisbo de plagio. Los artistas más nuevos enfrentan el gran problema de un panorama musical a veces desgastado, donde todo fue inventado y nadie puede ser el primero a la hora de querer aplicar sus ideas o entregar una versión más fresca de algo que ya esté arraigado en el oído colectivo. Lo de Weyes Blood no es por ninguna parte algo novedoso o diferente a muchos discos que podamos oír previamente, pero su principal gracia se encuentra en cómo esos elementos se presentan e interpretan, y ahí es donde la artista se desmarca de sus pares y logra salir adelante como una compositora que tiene mucho que ofrecer con su arte. Cinco discos y sólo aciertos es algo que pocos pueden contar, sobre todo a una edad tan temprana, donde el legado musical no puede hacer otra cosa que reforzarse de aquí en adelante.