“Más vale tarde que nunca”, reza el popular dicho que en esta ocasión se le atribuye a Melvins, quienes presentan en “Three Men And A Baby” un álbum que se trabajó para ser lanzado hace 16 años. Corria el año 1998, cuando la banda godheadSilo, de la cual Mike Kunka era parte, se redimía a un hiato indefinido, por lo que el músico decide salir de gira con su banda amiga, Melvins. Fue ahí donde surge la idea de grabar un disco bajo el nombre Mike & The Melvins, algo que se concreta en 1999, pero queda abandonado por varios años hasta su rescate a fines de 2015, donde el álbum fue finalizado y masterizado para su tan postergado lanzamiento.
Su edad se ve reflejada de inmediato con la partida, a cargo de “Chicken ‘N’ Dump”, sonando tal como los Melvins de los años 90, con un sludge metal sucio y lleno de distorsión, y elementos más cercanos al grunge, ese sonido que se mezcla con el metal más thrasher, tal como se aprecia en “Limited Teeth”, con uno de los ritmos en batería más metaleros del álbum, ejecutados implacablemente por Dale Crover. La distorsión durante el desarrollo del álbum es clave, todo pasa de una manera casi fugaz, provocando toda una experiencia al momento de oírlo, en gran parte, por la continuidad entre canciones, algo que queda expuesto con “Bummer Conversation”, con un dominio general del bajo utilizado por Kevin Rutmanis, quien era bajista de la banda en aquellos años cuando se grabó el LP, y Mike Kunka, quien, además de cantar, aportó con el detalle duro que sólo un doble bajo puede darle a las composiciones de King Buzzo.
Parte de la rareza de Melvins, tanto en su formación como su música, radica en lo poco común de sus canciones, como el extraño cover a Public Image Ltd, “Annalisa”, que podría ser perfectamente un simple jam de estudio, pero aquí se transforma en un cuidadoso puente junto con “A Dead Pile Of Worthless Junk”, donde toda la banda hace su trabajo casi independiente entre sí, rememorando muy bien el titulo de la canción, ya que se siente como una suma de partes inconexas, ejecutadas con el “cuidadoso” desorden que sólo Melvins puede entregar.”Read The Label (It’s Chili)” trae de vuelta el espíritu noventero con un riff y letra en la senda del grunge y el rock alternativo de aquella década, siempre sobre la línea de bajo que lleva la delantera en cuanto a la estructura sonora de cada uno de los tracks.
Bajo la premisa utilizada por Melvins de mezclar diversos estilos, “Dead Canaries” llega como un track de lo más experimental, con la distorsión y los efectos en guitarra haciéndose notar, mientras que “Pound The Giants” desata la furia de Crover en las baquetas, con Buzzo y Kunka cantando oscuramente. Riffs poderosos, potentes redobles y los guturales de Buzz Osborne llevan al extremo el sonido de Melvins, desembocando en “A Friend In Need Is A Friend You Don’t Need”, típica canción de Melvins (con un titulo largo) que no es más que un solo de batería junto a algunos pasajes de guitarra e interacción con una audiencia, lo que da la sensación de ser una canción ejecutada en vivo, pero que Dale Crover lleva a otro nivel con su espectacular forma de tocar la batería. Las influencias de Black Sabbath se evidencian inmediatamente en “Lifestyle Hammer” y “Gravel”, con un ritmo pesado pero pausado, llevando la vibra muy al estilo de los riffs ejecutados por Tony Iommi en las legendarias composiciones del cuarteto británico. El cierre, se compone de una canción bastante atípica, “Art School Fight Song”, con una batería en plan black metal, con indescifrables susurros y un sonido de estática que hace las veces de guitarra.
Gracias a este álbum, Melvins comprueba una vez más su versatilidad como banda, entregando composiciones experimentales y desafiando las convencionalidades de la industria, tanto en su estilo como la música en general. Todo lo que salga de la retorcida mente de King Buzzo y Dale Crover radicará en un distorsionado viaje mediante canciones, tal como lo han hecho en cada uno de sus álbumes, donde han pasado desde tener múltiples músicos (utilizando dos bateristas en algunas presentaciones) a presentarse como trío. Sean tres, cuatro o seis integrantes en su formación, la banda no para y ya se alista para editar otro trabajo en un par de meses más, por lo que en el formato y estilo que sea, una cosa es segura: habrá Melvins para rato.
Tres años pasaron desde que Natalie Mering estrenara el cuarto trabajo de estudio de su proyecto Weyes Blood, llevándose el reconocimiento general y un sinfín de aplausos con una obra tan completa como “Titanic Rising” (2019). Aunque la artista se acostumbraba a las buenas críticas, las expectativas serían aún mayor al momento de enfrentarse a un próximo larga duración, misión que tiene pendiente con la llegada de “And In The Darkness, Hearts Aglow”, un trabajo donde la premisa de oscuridad absorbe gran parte de la trama, pero que la interpretación desde el corazón la transforma en una obra con una belleza e intensidad por partes iguales, haciéndole justicia a su título, más allá de las palabras. Todo esto se debe a la manera en que el disco se desarrolla, así como las capas que resisten el análisis o de cualquier prejuicio a la profundidad y efectividad de dichas composiciones.
Desde las distintas aristas que podamos darle a este disco, el principal factor que resalta es la capacidad de Natalie Mering a la hora no sólo de componer canciones, sino que también de la impronta que aplica en la producción, con una serie de colaboradores cooperando en aquella misión. Y es que desde la apertura con “It’s Not Just Me, It’s Everybody” demuestra cómo las cosas siguen su curso desde donde quedaron la última vez y, así, poder identificar de entrada los elementos que hacen de esta obra una sucesora de “Titanic Rising”, ya que es la propia intérprete quien describe este LP como el segundo en una trilogía que comenzó con su lanzamiento anterior. Si bien, prácticamente todas las canciones tienen la intervención de un arreglista externo, todo esto debido al trabajo que los músicos Ben Babbitt y Drew Erickson aplican en gran parte de los tracks, el componente personal se siente no sólo desde la interpretación, sino también desde donde Mering estructura su obra.
De esa forma de estructurar es cómo podemos ver el funcionamiento secuencial de inmensas composiciones, como “Children Of The Empire” o “Grapevine”, en las que Weyes Blood se luce en una interpretación muy rica en detalles, donde su voz logra tomar primer plano incluso con una sección instrumental tan cuidadosa y robusta como la que implementan en la guitarra y batería los hermanos Brian y Michael D’Addario, ampliamente reconocidos como el dúo The Lemon Twigs. Entre el sinfín de influencias y comparaciones que recibe la artista, los nombres de Brian Wilson y Karen Carpenter siempre estarán presentes en la manera compositiva e interpretativa, respectivamente, pero lo cierto es que Natalie ha sabido nutrirse de esos elementos para entregar un enfoque fresco y de manera más directa, evitando plagios o reminiscencias tan explicitas en su música. Un ejemplo de ello es la melancólica “God Turn Me Into A Flower”, donde la hipnótica presencia vocal de Mering se toma cada espacio con una delicadeza e intensidad que ha transformado en sello propio.
“Hearts Aglow”, por otra parte, encierra un poco los tópicos y componentes sonoros de esta quinta obra de estudio de Weyes Blood, aplicando correctamente términos líricos y musicales de la melancolía y contemplación personal, pero a la vez dejando entrever esas fisuras que permiten entrar a un plano más luminoso y optimista. Los arreglos siguen tan impecables como en cualquiera de las canciones de este disco, pero su desarrollo inminente hacia el interludio “And In The Darkness” le dan una cara única, con el carácter más ligado al pop barroco, poniendo énfasis en la experimentación, sobre todo considerando la presencia de una canción como “Twin Flame” que, contraria a la mayoría, carece de arreglistas externos y se centra en las propias ideas de la intérprete. Luego del tormentoso paso de “In Holy Flux”, el disco cierra con “The Worst Is Done” y “A Given Thing”, sumando 10 minutos donde tenemos desde el lado más juguetón hasta el más apasionado, aristas opuestas en el amplio rango interpretativo de Mering.
Siempre es complejo analizar una obra cuando se pueden tomar tantas referencias a la hora de desmantelar su estructura, pero lo cierto es que es en ese ejercicio donde verdaderamente podemos notar cuánto hay de inspiración y de reinterpretación, o si, en el peor de los casos, existe algún atisbo de plagio. Los artistas más nuevos enfrentan el gran problema de un panorama musical a veces desgastado, donde todo fue inventado y nadie puede ser el primero a la hora de querer aplicar sus ideas o entregar una versión más fresca de algo que ya esté arraigado en el oído colectivo. Lo de Weyes Blood no es por ninguna parte algo novedoso o diferente a muchos discos que podamos oír previamente, pero su principal gracia se encuentra en cómo esos elementos se presentan e interpretan, y ahí es donde la artista se desmarca de sus pares y logra salir adelante como una compositora que tiene mucho que ofrecer con su arte. Cinco discos y sólo aciertos es algo que pocos pueden contar, sobre todo a una edad tan temprana, donde el legado musical no puede hacer otra cosa que reforzarse de aquí en adelante.