Cada vez que un histórico del punk rock decide anotarse un nuevo álbum de estudio, se genera un ambiente de tensa incertidumbre que va desde el “genial por un disco nuevo” al “ojalá no decepcionen”. Es que a estas alturas resulta casi inevitable esperar los discos de esta camada con una cuota no menor de inquietud, ya que la cantidad de bandas que han vuelto con trabajos abiertamente desechables es cada día más grande. Ya sea por falta de fuerza, completa pérdida de identidad musical (intentando abrazar un sonido más “moderno”) o por insistir hasta el hastío en cantar acerca de temas que no hacen el más mínimo sentido para un tipo de cincuenta años, el número de desaciertos en estos retornos ha terminado siendo pan de cada día. Por suerte, y para alivio de todos los que disfrutamos del punk rock, Lagwagon una vez más nos deleita con un LP que no tiene nada que envidiarle al resto de su contundente catálogo.
Basta escuchar el primer minuto para ver que el quinteto no ha perdido el toque en lo más mínimo. Preciso y afilado trabajo en las guitarras, batería acelerada y vocales sentidos, hacen de “Stealing Light” el corte preciso para abrir esta nueva aventura. “Surviving California” agrega peso a la apuesta, rememorando el estilo de “Duh” (1992) o “Trashed” (1994), mientras que “Jini” va más allá del sonido de la agrupación y se encarga de resucitar buena parte de las claves estilísticas que hicieron del punk rock el movimiento imparable que fue en los noventa. Sencillo, fácil de seguir y directo, un pequeño homenaje a un sonido que todavía tiene algunas cosas que decir. “Parable” se anota la primera pausa en el larga duración e inmediatamente después, como quién no quiere arriesgarse a perder ni un gramo de intensidad, “Dangerous Animal” se cuelga de la esquina más hardcore del conjunto para llevar la energía nuevamente al tope.
Cerrando la primera mitad, “Bubble” se anota uno de los mejores momentos del disco, no tanto por méritos musicales, sino más bien por la manera en que el corte se las arregla para resumir en tres minutos el concepto que define al larga duración. En lo sonoro, sin tratarse de una canción apabullante, “Bubble” cumple con creces en un estilo similar a “Jini” (coreable y efectivo), sin embargo, es en lo lírico donde el track se hace imprescindible, jugando a disecar y a reírse del concepto de la “burbuja” en que son encasilladas las bandas (en este caso la burbuja del skate punk), definiendo quiénes son y lo que se espera que hagan. La canción habla de ellos y de cómo, después de casi treinta años de carrera, siguen estando acá, incluso cuando para muchos se trate de una caricatura, punto al que de alguna forma hace alusión la portada del disco.
La segunda mitad del álbum sigue sin aflojar. “The Suffering” inicia calmada con intro de piano para luego explotar alcanzando proporciones épicas. “Dark Matter” y “Fan Fiction” mantienen el ánimo arriba, con la primera de ellas cargada de contundente fast punk, mientras que la segunda trabaja una línea similar a “Dangerous Animal”. La pausa en esta cara la pone “Pray For Them”, y para cerrar –en lo que se refiere a temas originales– “Auf Wiederhesen” firma dos minutos treinta del más increíble y melódico skate punk, donde además destaca nuevamente el asombroso trabajo en las guitarras de Rest y Flippin. Y si de punk rock se trata, no podía estar ausente el infaltable cover. En esta ocasión los californianos (que algo saben de estos menesteres) optaron por hacer de “Faithfully”, original de Journey, uno de los nuevos estandartes del género. Cada quién verá qué versión le parece más atractiva, sin embargo, hay que reconocer que la banda logra hacer suyo el corte y esa es justamente una de las cosas que hace la diferencia entre quienes saben hacer una versión y quienes no.
Casi treinta años de carrera, noveno álbum y una integridad musical que ya se quisieran muchas de las bandas del estilo. Lagwagon la tiene muy clara, y en “Railer” lo vuelve a hacer bien, sin pretensiones, de manera sencilla y efectiva. Esto se trata de punk rock honesto, sin jugar a la nostalgia, sino que celebrando cada uno de los atributos musicales que la banda ha sabido explotar desde siempre, no perdiendo el tiempo tratando de atrapar corrientes de moda. Sin embargo, al final del día, lo que realmente hace de este trabajo un capítulo imperdible en la discografía del quinteto, es lo increíble que trabaja Lagwagon como conjunto. Es muy difícil destacar un aporte por sobre el resto, ya que todos hacen su trabajo de forma impecable. No se trata de los sentidos vocales de Cape, el punzante trabajo de Flippin o Rest en las guitarras, o la contundencia de Raposo o Raun en la base rítmica, es claramente el todo. En esta ecuación no hay incertezas, Lagwagon sigue siendo una apuesta segura.
Tres años pasaron desde que Natalie Mering estrenara el cuarto trabajo de estudio de su proyecto Weyes Blood, llevándose el reconocimiento general y un sinfín de aplausos con una obra tan completa como “Titanic Rising” (2019). Aunque la artista se acostumbraba a las buenas críticas, las expectativas serían aún mayor al momento de enfrentarse a un próximo larga duración, misión que tiene pendiente con la llegada de “And In The Darkness, Hearts Aglow”, un trabajo donde la premisa de oscuridad absorbe gran parte de la trama, pero que la interpretación desde el corazón la transforma en una obra con una belleza e intensidad por partes iguales, haciéndole justicia a su título, más allá de las palabras. Todo esto se debe a la manera en que el disco se desarrolla, así como las capas que resisten el análisis o de cualquier prejuicio a la profundidad y efectividad de dichas composiciones.
Desde las distintas aristas que podamos darle a este disco, el principal factor que resalta es la capacidad de Natalie Mering a la hora no sólo de componer canciones, sino que también de la impronta que aplica en la producción, con una serie de colaboradores cooperando en aquella misión. Y es que desde la apertura con “It’s Not Just Me, It’s Everybody” demuestra cómo las cosas siguen su curso desde donde quedaron la última vez y, así, poder identificar de entrada los elementos que hacen de esta obra una sucesora de “Titanic Rising”, ya que es la propia intérprete quien describe este LP como el segundo en una trilogía que comenzó con su lanzamiento anterior. Si bien, prácticamente todas las canciones tienen la intervención de un arreglista externo, todo esto debido al trabajo que los músicos Ben Babbitt y Drew Erickson aplican en gran parte de los tracks, el componente personal se siente no sólo desde la interpretación, sino también desde donde Mering estructura su obra.
De esa forma de estructurar es cómo podemos ver el funcionamiento secuencial de inmensas composiciones, como “Children Of The Empire” o “Grapevine”, en las que Weyes Blood se luce en una interpretación muy rica en detalles, donde su voz logra tomar primer plano incluso con una sección instrumental tan cuidadosa y robusta como la que implementan en la guitarra y batería los hermanos Brian y Michael D’Addario, ampliamente reconocidos como el dúo The Lemon Twigs. Entre el sinfín de influencias y comparaciones que recibe la artista, los nombres de Brian Wilson y Karen Carpenter siempre estarán presentes en la manera compositiva e interpretativa, respectivamente, pero lo cierto es que Natalie ha sabido nutrirse de esos elementos para entregar un enfoque fresco y de manera más directa, evitando plagios o reminiscencias tan explicitas en su música. Un ejemplo de ello es la melancólica “God Turn Me Into A Flower”, donde la hipnótica presencia vocal de Mering se toma cada espacio con una delicadeza e intensidad que ha transformado en sello propio.
“Hearts Aglow”, por otra parte, encierra un poco los tópicos y componentes sonoros de esta quinta obra de estudio de Weyes Blood, aplicando correctamente términos líricos y musicales de la melancolía y contemplación personal, pero a la vez dejando entrever esas fisuras que permiten entrar a un plano más luminoso y optimista. Los arreglos siguen tan impecables como en cualquiera de las canciones de este disco, pero su desarrollo inminente hacia el interludio “And In The Darkness” le dan una cara única, con el carácter más ligado al pop barroco, poniendo énfasis en la experimentación, sobre todo considerando la presencia de una canción como “Twin Flame” que, contraria a la mayoría, carece de arreglistas externos y se centra en las propias ideas de la intérprete. Luego del tormentoso paso de “In Holy Flux”, el disco cierra con “The Worst Is Done” y “A Given Thing”, sumando 10 minutos donde tenemos desde el lado más juguetón hasta el más apasionado, aristas opuestas en el amplio rango interpretativo de Mering.
Siempre es complejo analizar una obra cuando se pueden tomar tantas referencias a la hora de desmantelar su estructura, pero lo cierto es que es en ese ejercicio donde verdaderamente podemos notar cuánto hay de inspiración y de reinterpretación, o si, en el peor de los casos, existe algún atisbo de plagio. Los artistas más nuevos enfrentan el gran problema de un panorama musical a veces desgastado, donde todo fue inventado y nadie puede ser el primero a la hora de querer aplicar sus ideas o entregar una versión más fresca de algo que ya esté arraigado en el oído colectivo. Lo de Weyes Blood no es por ninguna parte algo novedoso o diferente a muchos discos que podamos oír previamente, pero su principal gracia se encuentra en cómo esos elementos se presentan e interpretan, y ahí es donde la artista se desmarca de sus pares y logra salir adelante como una compositora que tiene mucho que ofrecer con su arte. Cinco discos y sólo aciertos es algo que pocos pueden contar, sobre todo a una edad tan temprana, donde el legado musical no puede hacer otra cosa que reforzarse de aquí en adelante.