El 17 de abril de 2020, Bob Dylan lanzaba “I Contain Multitudes”, el segundo sencillo de lo que sería “Rough And Rowdy Ways”. En esta canción, Dylan desarrolla un sentido monólogo donde intenta explicar que, más allá de las etiquetas que han intentado colgarle en el pasado, lo suyo es finalmente ser un artista de muchas facetas, un ente complejo, plagado de sensibilidades que, al final de día, son difíciles de poner en una caja. En una historia increíblemente más contemporánea, pero en cierto modo respirando la misma esencia durante los doce últimos años, el sexteto australiano King Gizzard & The Lizard Wizard ha decidido hacer de esta suerte de conflicto de identidad lo más característico de su naturaleza, desafiándonos una y otra vez a sumergirnos en universos sonoros que, por momentos, lo único que parecen tener en común es el grupo de músicos que hace la entrega. Fieles a dicha dinámica, hoy se aventuran a coronar el viaje con “Omnium Gatherum”, su primer disco doble y nada menos que el número veinte de su catálogo.
Una de las cosas ineludibles de esta entrega, y probablemente lo que hace de ella un capítulo particularmente especial en la discografía del conjunto, tiene que ver con que, a diferencia de los discos anteriores donde la banda se había dedicado a explorar un estilo musical muy bien definido a lo largo de cada placa (psicodelia, música microtonal, thrash metal), lo que hace el conjunto acá es lanzarse con todo a explotar la mayor cantidad de estilos posibles, algunos ya ensayados en el pasado y algunos nuevos, en una suerte de Grandes Éxitos de lo que pueden hacer, pero con canciones que hasta acá no habían visto la luz. De hecho, el nombre del álbum, “Omnium Gatherum”, no es más que una frase en latín que significa algo así como “colección miscelánea de cosas”, y lo cierto es que basta una escucha del álbum para darse cuenta de que el nombre le hace absoluta justicia a lo que pasa por nuestros oídos.

Como buena celebración a lo que hace la banda y a la oportunidad de volverse a encontrar en un estudio, el disco no puede partir de mejor manera que como lo hace con “The Dripping Tap”, uno de esos cortes que se pueden catalogar de gigantes sin miedo a exagerar. Dieciocho minutos de jam psicodélico a la “Nonagon Infinity” (2016), con breves intermedios de neo soul que sólo suman a la experiencia. Toda una odisea de desenfreno guitarrero, solos al por mayor, tres líneas vocales, armónica, piano e incluso palmas le dan vida a este catártico viaje de corte medioambientalista que, a pesar de ocupar toda la cara A del larga duración, en la práctica se hace breve por lo innegablemente entretenido que es de escuchar. Salir del hechizo de “Dripping Tap” no es cosa fácil, sin embargo, “Magenta Mountain” se cuelga de las hipnóticas claves sonoras que la banda jugó a interpretar en “Butterfly 3000” (2021) para lograr con éxito dicho objetivo. Y luego, como quien avisa que esta vez la cosa va de cambiar de estilos de un track al siguiente, “Kepler-22b” se desmarca de la anterior en ánimo soul jazz.
Con el “concepto” (o la ausencia de él) ya definido, lo siguiente es continuar sumando colores a la paleta sonora del disco, y bien sabemos que en esas lides los australianos no tienen nada de tímidos. Así es como se van sumando al recorrido momentos de hipnótico krautrock, como lo de “Evilest Man” –que inevitablemente rememora con fuerza lo que hizo Kraftwerk con “Autobahn” hace ya casi 50 años–, pasajes de maravilloso espíritu funk como en “Persistence”, e incluso cortes de ánimo thrash/sludge metal como en “Gaia” o “Predator X”, que claramente vienen a resucitar lo que ya habíamos escuchado con la banda en “Infest The Rats’ Nest” (2019). Sin embargo, y sin ninguna duda, la gran sorpresa de este disco viene de la mano de “Sadie Sorceress” y “The Grim Reaper”, donde el conjunto echa mano a otra de sus musas y se aventura con éxito en dos cortes de ánimo rap, que de alguna manera terminan funcionando perfecto, en una prueba más de que la banda definitivamente no conoce de límites.

Muchísimo hay para decir de “Omnium Gatherum” (y de los muchos estilos que aborda), sin embargo, una de las cosas que uno puede concluir de esta aventura es que, más allá de opiniones personales, lo que propone la banda –sea perfecto o no– siempre se alza como un ejercicio musicalmente interesante. Habrá quienes digan que los australianos finalmente se quedaron sin ideas y se vieron forzados a resucitar cortes desechados de otras entregas, mientras que otros interpretarán estas dieciséis canciones como la prueba definitiva de que la banda ha alcanzado el nivel y estatus en la escena, donde ya ni siquiera necesita seguir sus propias reglas y pueden aventurarse a lo que sea. En esa línea, este álbum perfectamente se puede entender como una suerte de cierre de ciclo, donde King Gizzard & The Lizard Wizard corona el viaje tributándose a sí misma. De la misma forma que lo hizo Dylan hace muchísimos años, de aquí en más lo que sigue para el conjunto es dar vida a su propio alfabeto. Por fortuna, si hay algo que sabemos de la banda a esta altura es que, con o sin éxito, el viaje va a ser entretenido.
Artista: King Gizzard & The Lizard Wizard
Disco: Omnium Gatherum
Duración: 80:11
Año: 2022
Sello: KGLW