Los noventa fueron una era particularmente fructífera para la música “rara”. Tipos como Beck en Norteamérica, o Cornelius desde el otro lado del mundo, en Japón, armaban música con retazos de estilos y trozos de melodías que, envasados en estructuras eminentemente pop, le otorgaba frescura a la escena. Artesanos del sonido, y de entre ellos también hubo quienes decidieron armar todo desde una perspectiva mas desnuda y simple como Sparklehorse, y otros que simplemente decidieron balancear todo y mutar a capricho, como es el caso de Mark Oliver Everett, quien ha tenido varios alter egos, pero el musical es Eels, quien ya se empina por la decena de discos. El decimoprimero acaba de llegar y se llama “The Cautionary Tales Of Mark Oliver Everett”.
El sello de Everett siempre se ha caracterizado por teñir la innovación que pretende conseguir su música con retazos de su historia personal, la que a veces ha sido bastante dramática: durante las grabaciones de “Electro-Shock Blues” (1998) su madre enfermó de cáncer, y su padre y hermana habían muerto poco antes. El resultado fue un disco profundamente triste en su base, pero con trozos de luminosidad, algo que ha tratado de replicar durante todo el resto del tiempo, y “The Cautionary Tales Of Mark Oliver Everett” es un fiel ejemplo de aquello; canciones íntimas y cuidadas sin perder la crudeza y honestidad características. De hecho, esta es primera vez que muestra su nombre, libre y sin tapujos, como declamando “este soy yo y este es mi lugar en el mundo, el que quiero tener y desde el que quiero hablar”.
“Where I’m At”, el track que abre el disco, describe tanto en su título como en su estructura esta premisa. Una canción simple y bella al piano que conecta perfectamente con “Parallels”, aunque esta vez es la guitarra la que toma las riendas de la canción, suave como la seda. Para “Lockdown Hurricane” le basta un teclado Rhodes, arreglos de cuerdas y una batería profunda desde el fondo para crear una de los tracks más recordables de este álbum, para continuar en “Agatha Chang” como un crooner melancólico que acerca su voz a la de Matt Berninger de The National, donde nuevamente las guitarras y los arreglos de cuerdas, a estas alturas ya un sello de este disco en particular, se toman la canción en un asalto pausado y sin violencia. “A Swallow In The Sun” es una preciosa melodía que se agarra de un leve aroma a country para subsistir, el cual termina desembocando en “Where I’m From”, una canción country de tomo y lomo, aderezada por leves notas de metalófono, con un Everett que nos muestra dónde está y de dónde viene.
En “Series Of Misunderstandings” casi se puede percibir un aire a canción de cuna, donde hasta un teclado para niños parece asomar, mientras que de la misma cepa que “A Swallow In The Sun” aparece en “Kindred Spirit”, también condimentado por la esencia de las guitarras del folk rock americano. La triada conformada por “Gentleman’s Choice”, “Dead Reckonings” y “Answers” es letárgica, y aquí empiezan las aprehensiones respecto a si acaso Everett nos va a sorprender con algún cambio brusco o un retazo ajeno añadido magistralmente como sabe hacerlo, pero no, acá hay que definirse respecto a lo que se espera de este álbum: o se le deja fluir naturalmente, navegando hacia el alma de este cantautor, o se muere de aburrimiento, pero cualquier fan de la obra de Mr. E sabe que es un camino sin vuelta, un camino agradable, sincero y abierto, y nadie merece ser ignorado con esta cuota de honestidad.
“Mistakes Of My Youth” hace una introspección aún más profunda de la que ya el disco propone, no puede ni quiere cambiar sino crecer incluso más; “no puedo seguir repitiendo los errores de mi juventud / la decisión de hacer un mejor camino está en mis manos”, recita en el coro, para terminar con el concepto del camino recorrido en “Where I’m Going”. A sus 51 años recién cumplidos Mark Oliver Everett se toma la libertad de prescindir de cualquier giro inesperado, pudiendo hacerlo, y mostrarse tal cual es, vulnerable y frágil, y eso siempre será valorable.
Seis años pasaron desde “The Violent Sleep Of Reason” (2016) para que Meshuggah volviera a publicar un nuevo disco, y la banda sueca regresa con “Immutable”, una obra que se enfrenta al paso del tiempo y a un catálogo que ya los tenía con ocho trabajos de estudio en el cuerpo. Sin embargo, eso no parece ser un impedimento para desarrollarse creativa e interpretativamente con el mismo ímpetu de siempre, centrándose en hacer andar su visión creativa y llevar adelante una maquina que destruye todo a su paso. El concepto es simple y se desarrolla sutilmente desde el sonido, con las letras como un adorno a lo que Meshuggah realmente prioriza en su precisa forma de tocar. Como no era de extrañar, es la sección rítmica donde el peso de un disco como este más se hace sentir.
Mediante una idea central de inmutabilidad –aludiendo al título, por supuesto–, es que la banda toma el volante para avanzar a través de una carretera de sonidos y formas que a veces se siente sin rumbo. ¿Es eso algo malo? Para nada, Meshuggah tiene una calidad de interpretación y composición a la que saben sacarle partido desde los primeros acordes de “Broken Cog”, la canción que abre el disco y que dirige la senda de un ejercicio que pareciera un constante loop. Guitarras estridentes, precisión matemática y una batería que marca el ritmo de cada canción son los elementos principales en que el conjunto va sustentando el peso de su sonido, la tenacidad de sus letras y la naturaleza avasalladora y destructora de sus composiciones. Bajo ese contexto, golpes como “The Abysmal Eye” y “Light The Shortening Fuse” no hacen más que acrecentar esa destrucción de frentón que impregna el disco.
No cabe duda de que la sección instrumental es la que finalmente le da el enfoque a “Immutable”, ya que son las visiones creativas del guitarrista Mårten Hagström, el bajista Dick Lövgren y, sobre todo, el baterista Tomas Haake, las que se encargan de establecer los parámetros por los que desfila este noveno larga duración, que también cuenta con la participación en algunos solos de Fredrik Thordendal, guitarrista de Meshuggah que regresa luego de una pausa. Esto permite que todo el aspecto instrumental logre separarse y destacar de la parte vocal a cargo de Jens Kidman y, aunque exista una coherencia que permite hacer convivir ambas veredas, a su vez logra que cobren una fuerza propia que se une por el bien mayor de la obra. Es eso lo que también permite que los interludios instrumentales con “They Move Below”, “Black Cathedral” o el cierre del disco con “Past Tense”, funcionen tan impecablemente para dosificar la agresividad impoluta y constante del álbum.
Aunque la inmutabilidad como concepto no es necesariamente el tema central, el hecho de que el apartado lírico se vincule con el concepto permite que la banda se desarrolle con bases propias y una completa libertad creativa dentro de su visión, haciendo que esa naturaleza ajena de cambios se aplique a su sonido e interpretación, siempre pendientes de lo que ocurra a su alrededor. Desde ahí también cobra sentido la portada con el hombre en llamas, representando la violencia y la lenta destrucción de la sociedad en ciertos aspectos, mientras que el cuchillo empuñado en su mano habla de que aún se recurre a la violencia como una forma de comunicación, así como una herramienta completamente válida en un contexto ya empapado por la misma violencia. Con todo eso a cuestas, “I Am That Thirst”, “The Faultless” y “Ligature Marks” muestran perfectamente eso: la banda manteniendo su mismo sello y naturaleza de siempre, expandiéndose creativamente para mostrar más de lo mismo, por muy contradictorio que aquello suene.
Podríamos decir que hace mucho rato Meshuggah inventó la rueda, en cierta forma, pero regañarle que se quede en lo mismo es simplemente negarse a enfrentar su propuesta. La calidad de interpretación y las posibilidades que se pueden desprender desde una configuración como la que entrega la banda, son los elementos que deben priorizarse cuando se analice la calidad y valor que pueda tener una obra a estas alturas del partido. Llegar al noveno álbum no es una tarea menor, algo que muchas agrupaciones dentro del metal no logran resistir, pero la manera en que Meshuggah se enfoca en hacer lo suyo y crear su propio nicho es lo que les permite mantenerse estables ante el paso del tiempo. Fueron seis años desde su último trabajo y el hype no fue un impedimento para apreciar lo que logran. Aunque “Immutable” esté lejos de ser su mejor álbum, sí es una buena muestra de que esta banda sabe lo que hace, y no dejará de hacerlo por miedo o incertidumbre a que su obra no sea comprendida.