No se necesita ser un genio para señalar que “Howl” (2005) marcó un antes y un después en la carrera de Black Rebel Motorcycle Club. Aquel sonido que fusionaba una estética garage con fuertes influencias de bandas como The Jesus And Mary Chain, era reemplazado por una impronta que los acercó más al country e incluso al gospel. Las guitarras acústicas se transformaban en protagonistas e inclusive la labor del entonces baterista Nick Jago pasaba a segundo plano. Aquellas obras grandilocuentes y atmosféricas (tan propias de su primer disco, “B.R.M.C.”) se reducían y daban paso a creaciones más directas y desprovistas de arrogancia. Un cambio que, si bien tomó a muchos por sorpresa, terminó siendo aplaudido tanto por críticos como por fanáticos.
Con sus siguientes dos obras (“Baby 81” en 2007 y “Beat The Devil’s Tattoo” en 2010), Peter Hayes y Robert Levon Been lograron solidificar aquella nueva etapa, abriéndole las puertas a sonidos que se asemejaban mas a sus primeras obras, dejando en claro, eso sí, que lo hecho en “Howl” pasaba a ser el pilar de toda nueva creación. Sin embargo, nada dura para siempre, y aquellas reglas que creíamos funcionarían de manera permanente son reemplazadas por otras nuevas o, como en el caso de “Specter At The Feast”, por unas ya conocidas. Y es que el sexto disco de Black Rebel Motorcycle Club retoma lo hecho en el inicio de la carrera de la banda, apostando por una obra mucho más densa y atmosférica, pero que no necesariamente logra capturar el seductor espíritu de trabajos como “B.R.M.C.” (2000) o “Take Them On, On Your Own” (2003).
El disco se abre paso lentamente con “Fire Walker”, marcando el ritmo con una hipnotizante línea de bajo que, tras más de cinco minutos, puede volverse un tanto monótona, al igual que el resto de la canción. Y ese es quizás el mayor pecado de esta obra. “Lullaby” y “Some Kind Of Ghost” son correctas canciones al más puro estilo BRMC, pero que no logran destacar y terminan siendo, en cierto sentido, olvidables.
Y es que el golpe que Hayes y Been acostumbran a dar en cada uno de sus discos, pareciera estar ausente en buena parte de la obra. Y puede que incluso esto sea algo completamente deliberado. La trágica muerte del padre de Robert Been obviamente marcó el desarrollo de este disco (el cual está dedicado a la memoria de Michael Been), y ese sentido de pérdida se ve reflejado en “Returning”, una hermosa canción que en cualquier otra obra habría funcionado de manera perfecta como cierre, sin embargo, es parte del inicio del disco y termina, en definitiva, ralentizando el ritmo de este. Y es ahí donde se crea una disonancia con temas más implacables como “Let The Day Begin” o “Hate The Taste”, en los cuales se observa una dinámica mucho más acorde a lo hecho anteriormente por la banda. Incluso “Rival” y “Teenage Disease” vienen a demostrar lo ruidosos que pueden ser BRMC cuando se lo proponen.
De todas formas, y tomando todo en perspectiva, criticar de sobremanera a este disco puede parecer un tanto injusto. Es dispar, y no logra mantenerse fijamente en el rumbo que desea tomar, pero eso quizás queda de manifiesto a la luz de sus obras anteriores. Y es que si esta producción tuviera que ser valorado en base a sus propios méritos, no cabría ninguna duda de que terminaría siendo reconocido como una obra más que correcta. Sin embargo, hace apenas tres años lograron crear una obra que sintetizaba lo mejor de BRMC. No está a la altura de lo que esta banda es capaz de hacer, y ese es quizás el mayor pecado de “Specter At The Feast”.
Pasar de un sonido arrollador e irrefrenable hacia una propuesta etérea y mucho más sobria, es un movimiento que causa sorpresa viniendo de una banda como Genghis Tron. Luego de más de una década de ausencia discográfica, “Dream Weapon” es un giro inesperado, que deja la sensación de reinvención por sobre la consigna de continuidad. Un trabajo donde el riesgo es alto, pero cuyo resultado es sólido y mira hacia adelante.
El factor tiempo fue uno de los primeros ingredientes que componen este nuevo álbum. Ya han pasado 13 años desde que “Board Up The House” posicionó a la banda dentro de un espacio donde convive la música extrema con los arreglos electrónicos, marcando una huella profunda, que incluso suena novedosa en la actualidad. No fue hasta principios de este año que los estadounidenses dieron las primeras luces de un tercer trabajo. Mediante los singles “Dream Weapon”, “Ritual Circle” y “Pyrocene”, Genghis Tron despertaba interés y dejaba en claro que este retorno se articularía desde una fórmula diferente. Estos adelantos son, precisamente, una ventana al concepto sonoro del disco, donde las guitarras ceden protagonismo a los sintetizadores, generando composiciones sumamente hipnóticas, en las que los guiños al ambient y el krautrock viajan con fluidez a lo largo del tracklist.
La apertura instrumental con “Exit Perfect Mind” es el inicio apropiado para generar esta idea de abstracción y luego situarse de forma brusca en “Pyrocene”, donde las voces oníricas del sencillo despiertan otro de los factores más evidentes de este regreso. Mookie Singerman ya no forma parte del proyecto, dejando atrás los alaridos y abriéndole camino a un trabajo vocal más refinado a cargo de Tony Wolski. Del mismo modo, Nick Yacyshyn marca una diferencia significativa en comparación a las producciones anteriores. Las canciones se alejan de las máquinas de ritmos, optando esta vez por un sonido orgánico donde resalta la calidad artística del baterista, reconocido también por su banda mater, Sumac.
Más allá de descansar en los cortes de adelanto, “Dream Weapon” goza de un cuidado equilibrio y cohesión, que incluye interludios tales como “Desert Strais” y extensas composiciones donde se aprecia un sólido desarrollo de esta nueva etapa. “Alone In The Heart Of The Light” destaca como uno de los momentos más altos del álbum, donde la progresión de sintetizadores y cambios de ritmo no tienen nada que envidiar a su pasado más caótico, sino que nutren la versatilidad de la banda. Mediante una fórmula bastante similar, “Great Mother” es el cierre de este viaje surreal, que no deja de ser apoteósico ni demoledor, pese a la atípica aura de templanza que lo rodea.
En definitiva, el contundente retorno de Genghis Tron con “Dream Weapon” está compuesto de una serie de elementos frescos e inusuales, considerando la trayectoria de la banda, siendo un claro ejemplo de aquellos casos donde el factor sorpresa resulta una virtud más que un desacierto. Un cambio interesante, que deja el camino abierto y donde sólo el futuro dirá si se trata de una nueva faceta o tan sólo es un aire de experimentación por paisajes nebulosos y espaciales.