En términos cinematográficos, la última década ha sido particularmente fructífera para el cine latinoamericano. Cintas de diversas esquinas del continente se han levantado y han dado luz a directores, actores y actrices, demostrando que el cine local tiene todavía mucho que decir. Lamentablemente, una importante figura del abanico audiovisual había permanecido desaparecida a causa del devenir: Lucrecia Martel, la niña dorada del cine argentino y una de las cineastas femeninas más elogiadas de nuestro continente. Tras un fracasado intento de adaptar la clásica historieta “El Eternauta”, Lucrecia tomó sus cosas y se fue a recorrer el río Paraná. Allí es donde cruza caminos con “Zama”, la inclasificable novela del mendocino Antonio Di Benedetto, y el necesario regreso de Martel se concreta.
“Zama” nos retrocede al pasado, al indómito chaco a finales del siglo XVIII. Don Diego de Zama (Daniel Giménez Cacho) está instalado realizando labores administrativas en el indómito impenetrable, en espera a que el Gobernador le envíe una carta al Rey de España para que su traslado a una zona menos inhóspita se efectúe. Lejos de su mujer y de sus hijos, Zama ve los días pasar y la ansiedad lo asedia. Algo debe hacer, antes de que el tiempo le cobre factura.
El guion de la película, escrito por la propia Martel, adapta con curiosa eficiencia una novela que parecía imposible de llevar a la pantalla grande. Introspectiva y teñida de nihilismo, la trama es una reinterpretación del material literario que deja de lado la construcción clásica del relato y, en sintonía con sus filmes anteriores, mueve a segundo plano la estructura narrativa ortodoxa y perfila una invitación a los sentidos y a la reflexión. Sinuosa e inquietante, “Zama” naufraga en densas temáticas, tales como el sinsentido de la esperanza y la ausencia de lo permanente, así como también aborda el racismo y el colonialismo, temáticas adecuadas al tiempo de la trama y que estiran sus raíces hasta nuestros tiempos.
Los personajes de “Zama” reniegan del protagonismo que acostumbran en el cine secular y se vuelven servidores de las intenciones de la directora. El propio Diego de Zama es un personaje cuyo rol se limita a darle carne a las reflexiones de Lucrecia, difiriendo del camino que toma y desarrolla en la novela homónima. Así, la historia no es movida por el desarrollo de personajes, sino por las intenciones sensoriales que la directora sabe guiar con la pericia que da el oficio.
La visualidad del film es abrumadora, y Lucrecia ha sabido explotar todas las posibilidades que el set le ha permitido. En su estilo particular, la directora utiliza la cámara como su máximo secuaz en este arriesgado viaje. El uso del espacio en off, de lo que no vemos, pero escuchamos, destaca con fuerza y marca la pauta en el rol que la cámara cumple en la película. Por otro lado, la banda sonora goza de un anacronismo perturbador, generando un incómodo terror vacuo; ausente pero omnisciente.
Lucrecia Martel es una cineasta que se caracteriza por reconstruir, a nivel visual, la manera de narrar el cine. Libre de ambigüedades, el estilo analítico de la realizadora aterriza maduro y brillante, consiguiendo guiar un relato imposible por parajes fantásticos y oníricos. Sobrecogedora y ensimismada, “Zama” es el perfecto regreso de una directora que se había perdido en la selva, pero que retornó portando una lucidez que no sólo da la experiencia, sino también la espera.
Título Original: Zama
Director: Lucrecia Martel
Duración: 115 minutos
Año: 2017
Reparto: Daniel Giménez Cacho, Matheus Nachtergaele, Juan Minujín, Lola Dueñas, Rafael Spregelburd, Daniel Veronese, Vando Villamil, Nahuel Cano, Mariana Nunes, Carlos Defeo, Jorge Román
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