La comedia norteamericana no pasa por un buen momento. Con las excepciones de cintas como “Ted” y “Silver Linings Playbook”, dos verdaderos sucesos de 2012, el género hoy se caracteriza por tener recaudaciones mediocres, críticas tibias e ideas repetitivas. Con mayor o menor éxito, la mayoría son protagonizadas por actores jóvenes que rara vez superan los 40, no obstante, en ocasiones aparece una película de este tipo con actores maduros encabezando su reparto. Películas sin grandes argumentos, que buscan sostenerse en el carisma de sus veteranos intérpretes. Ahí están los casos de “Wild Hogs” (2007), “The Bucket List” (2007), “It’s Complicated” (2009) y “Hope Springs” (2012), ninguna demasiado destacable. A este grupo se une “Tres Tipos Duros”, estreno de esta semana.
Tras pasar 28 años en prisión, Val (Al Pacino) se reencuentra con su amigo Doc (Christopher Walken), quien lo recibe en su casa como si el tiempo no hubiera pasado. Sin embargo, Val no tarda en descubrir que su antiguo compañero tiene la misión de matarlo antes que den las diez de la mañana del día siguiente. Como ambos saben que el desenlace es inevitable, disfrutarán a plenitud de su última noche. Tal aventura incluirá ir a prostíbulos, cometer unos cuantos delitos e ir en busca de otro viejo colega, Hirsch (Alan Arkin).
La premisa no es tan descabellada como parece, pero sí muy simple. El desarrollo de la misma es pobre, sin chispa. Todo resulta forzado y sin inspiración, por más que sus pretensiones sean otras. Ocurren cosas tan absurdas como que un personaje, apenas sale del asilo, conduce un auto a máxima velocidad y luego tiene sexo con dos mujeres; o que otro se mantiene imperturbable cuando se entera de la muerte de su padre. También abundan las frases del tipo «Es bueno tener amigos». Tamaños sinsentidos se podrían tolerar si, a cambio, tales situaciones fueran contadas con gracia y los personajes fueran atractivos o con un sello distintivo. Como podrán suponer, esto aquí no pasa.
La película se publicitó como el divertido y emotivo reencuentro de una amistad. Por una noche, Val y Doc –dos ex criminales- supuestamente revivirían días de gloria, pero lo cierto es que casi no hay referencias a lo bueno que fueron esos tiempos, y sólo hacia el final se les muestra de vuelta a sus viejas andanzas. La cinta está lejos de funcionar, porque no nos da a conocer como corresponde qué es lo que une tan fuerte a estos personajes. Esta idea de tratar de revivir el pasado podría entenderse como una alusión a la misma carrera de los protagonistas, y a la de un secundario (Alan Arkin, quien no aparece ni un tercio del metraje). Pero así como la historia no muestra la evocación de mejores días que se prometía, la película no está a la altura de la carrera de sus actores. Son tres intérpretes maduros diciendo las peores líneas de sus vidas. Durante el visionado cuesta dejar de preguntarse qué vieron estas estrellas en el proyecto, pues queda en evidencia que está dirigida y escrita por gente sin experiencia. Es el segundo largometraje del también actor Fisher Stevens y el debut del guionista Noah Haidle en la pantalla grande.
Una comedia que no divierte y no ofrece algo nuevo está destinada al olvido. Lo único que la hace medianamente soportable es la presencia de Christopher Walken. Un intérprete solvente, con temple, que siempre le da peso a las cintas que protagoniza, por más que sus personajes no sean gran cosa. En el escrito, su personaje es tan pobre como el de Al Pacino, la diferencia está en que él sí es capaz de darle dignidad. En cuanto al propio Pacino, da pena verlo tan acabado. No queda prácticamente nada de ese actor que alcanzara la gloria en los ‘70 y ‘80 en clásicos como “El Padrino” (1972) y “Scarface” (1983). Si bien durante la última década ha actuado en filmes desechables, pocas veces se le ha visto tan mal como aquí. De hecho, lo que provoca que la película saque escasas risas, es que la mayoría de los gags y chistes son cortesía de él.
“Tres Tipos Duros” no es un bodrio, en parte, porque hacia el final toma algo de vuelo. Lo que da para pensar que quizá otro debió haber sido el camino: menos obviedad y autocontrol, y más balas y desenfreno. La inexperiencia de sus realizadores vaya que pesó. Es cierto que no está muy por debajo de la comedia promedio que se estrena con regularidad, pero había elementos como para entregar un mejor producto. Es una cinta mal construida, con el foco en cualquier lado, que no provoca nada, excepto insulsez y olvido.
Tiempos de dictadura, un hijo de exiliados políticos que vuelve a Chile por cuenta propia y un crimen de crueldad inconmensurable por parte de las fuerzas de orden. El tercer largometraje de ficción de la directora Tatiana Gaviola, “La Mirada Incendiada”, inicia con las palabras “Inspirada en un hecho real”, tomando como punto de partida el conocido Caso Quemados, atentado en el que Carmen Gloria Quintana y Rodrigo Rojas de Negri fueron víctimas de un ataque incendiario por parte de militares a plena luz del día en la vía pública.
Protagonizado por Juan Carlos Maldonado en el papel de Rodrigo, el filme prometía sin duda ser un aporte para la memoria de nuestro país, dada la historia en cuestión y su contexto, sin embargo, esta promesa metamorfoseó hasta convertirse no sólo en polémica, debido a la nula influencia que tuvo la familia de Rojas de Negri en materias de decisión cinematográfica, sino que también es una cinta que no cumple del todo con los objetivos que parece perseguir.
El inicio de la película muestra a Rodrigo volviendo a Chile con una cámara bajo el brazo y el propósito de desempeñarse cómo fotógrafo profesional. Tras andar un rato medio perdido, y luego de ser ayudado por una amiga vecina de su tía, logra llegar a la casa de esta y sus dos primas menores, quienes cariñosamente lo acogen a lo largo de la trama. Tras esto, se forjan lazos emotivos que dan cuenta de la personalidad dulce y templada del protagonista. De esta forma, se retrata claramente cómo Rodrigo influyó en la vida del resto de los personajes mediante escenas variadas, que muestran momentos íntimos en los que estos interactúan, desde conversaciones nocturnas y abrazos diurnos, hasta experiencias traumáticas que refuerzan vínculos.
A lo mencionado anteriormente, se suma la manera en que los personajes se comunican entre sí. Si bien, el guión resulta claro y conciso, los intercambios de palabras se articulan principalmente a través de diálogos medianamente breves y en ocasiones incluso un poco rígidos, cayendo en la sobre explicación del contexto dictatorial en el que ocurren los eventos una y otra vez, resultando en parte obvios. Además, el guión demuestra la clara intención de introducir gran variedad –y cantidad– de expresiones y/o dichos chilenos, dando así a entender una identidad lingüística acertada, que da cuenta de aspectos de nuestra cultura, pudiendo haber sido presentado de manera igualmente oportuna, pero a través de matices más sutiles.
Por otro lado, Rodrigo es retratado a través de conversaciones y acciones como un joven que no se encuentra realmente al tanto ni de la situación a nivel país, ni de las restricciones que esto implica, modificando el relato y añadiendo romanticismo mediante la presencia de un protagonista en parte inocente, que sueña con denunciar las injusticias del golpe sin pensar en repercusiones. En este sentido, resalta también el carácter poético que busca reflejar la voz en off de narradora de la historia –perteneciente al personaje de Carmen Gloria Quintana–, sugiriendo la existencia de una profunda relación previa al hecho incendiario entre Carmen Gloria y Rojas de Negri, interpelando acciones y decisiones tomadas por el protagonista. Esto agrega de manera similar un toque de romanticismo que resulta algo forzado y, sobre todo, algo lejano a la realidad de los hechos.
En cuanto a la atmósfera, la película logra reflejar el miedo colectivo y la tensión de la época, además de espacios y elementos característicos que resultan clave para retratar el período, tales como cacerolazos, protestas y allanamientos. Las escenas no son demasiado largas, por lo que hacen que la cinta sea dinámica y en su mayoría liviana, teniendo en consideración la carga del tema que trata. Sin embargo, esto mismo es lo que también genera que en algunas ocasiones se pierda un poco la continuidad entre una escena y la siguiente.
Por último, cabe destacar que, si bien las heridas dejadas por el flagelo dictatorial a lo largo y ancho de este territorio siguen estando cargadas de un rojo fresco y humeante, vale la pena que historias como estas vean a la luz en el formato cinematográfico, alimentando la memoria de nuestro país mediante expresiones artísticas cargadas de historia. Por desgracia, “La Mirada Incendiada” no cumple del todo con este objetivo, quedando al debe principalmente en temas de fidelidad con la memoria histórica nacional y la empatía hacia víctimas del caso, ya que, a pesar de que se deja en claro que el filme tan sólo se inspira en los hechos reales, este sin duda abre paso a preguntas que vale la pena hacerse. ¿Hasta qué punto es viable mezclar realidad y ficción? ¿De qué manera abordar temáticas delicadas de la manera más empática posible? Lamentablemente, en ese sentido “La Mirada Incendiada” desarrolla su narrativa omitiendo aquel elemento tan importante.
Título Original: La Mirada Incendiada
Director: Tatiana Gaviola
Duración: 102 minutos
Año: 2021
Reparto: Juan Carlos Maldonado, Catalina Saavedra, Gonzalo Robles, María Izquierdo, Cristina Aburto, Constanza Sepúlveda, Belén Herrera, Pascal Balart, Estrella Ortiz