Si hacemos el ejercicio de pensar cuáles son los requisitos para que una producción cruce la delgada línea entre ser considerada “simplemente mala” a ser “tan mala, que es buena”, realmente son muy pocas las cintas que, no deliberadamente y desde un punto de vista masivo, cumplen este canon. “The Room” (2003) es, en este sentido, el título que hoy se conoce como la “mejor-peor película de la historia”; un drama tan increíblemente mal ejecutado en todos sus aspectos –guion, diálogos, cámaras, encuadres, historia, atmósferas, motivos, escenas, efectos, personajes y actuaciones–, que no sólo plantea un retórico “¿por qué?” a cada segundo, sino que presenta una experiencia tan extravagantemente adictiva, que logra evolucionar hacia un filme de gran devoción.
A casi 15 años de su desastroso estreno –que irónicamente la llevó a la cima–, James Franco encabeza un tributo de dramedia biográfica que revive los pormenores detrás de la creación de esta excepcional cinta, intentando explicar los detalles que hoy la hacen un culto de otro nivel.
En una clase de actuación, e impactado por su audacia, el joven actor Greg Sestero (Dave Franco) conoce al enigmático Tommy Wiseau (James Franco), quien lo convence de mudarse junto a él en Los Angeles para seguir con sus carreras actorales. Pero las oportunidades no son tan fáciles como las pintan, por lo que un día ambos acuerdan realizar su propia película.
Basado en el libro co-escrito en 2013 por el actor Greg Sestero, quien narra sus recuerdos acerca de la producción de la ópera prima de Wiseau, “The Disaster Artist: Obra Maestra” funciona como una comedia que claramente está a otro nivel. Partiendo con que James Franco, director y productor de esta cinta, tome el liderazgo encarnando a un actor que es a la vez director, productor y guionista de su propia película, resultando en todo un espectáculo en sí mismo. Los aires de metarrelato que se funden junto a la retrospección de una historia en extremo particular, logran conformar un implacable e hilarante filme.
Dicho lo anterior, esta cinta no sólo trabaja como una muestra de los hechos que rodearon a su material de análisis, sino que también se funda como una historia acerca de la búsqueda de un sueño común, que miles de personas esperan encontrar en el celuloide. Con una claramente mal administrada codicia, no trata sólo de una persona –un muy particular artista como Tommy Wiseau– o de su ingenuo amigo Sestero, sino que se centra en una ambición compartida que frente a la adversidad encuentra un camino, todo a partir de una peculiar amistad y admiración.
Un homenaje sólido, una comedia potente, que funciona únicamente en su máxima expresión cuando la película en la cual se basa es vista con anterioridad. No es que alguien que jamás haya visto “The Room” no pueda disfrutarla; de hecho, es amigable en ese sentido, ya que presenta una comparación de escenas al terminar la película, pero hay tanta atención a los detalles, tanta dedicación y referencias, que resulta recomendable conocer e integrar el material previamente para disfrutar este experimento en su precisa totalidad.
El clima noventero y un ensamble con grandes nombres y rostros que entregan actuaciones excepcionales, le otorgan autenticidad y entretención a esta cinta, pero es Franco quien, con una metódica transformación, es capaz de exceder las expectativas capturando la extravagante y pintoresca esencia de Wiseau, todo sin dejar de lado la importancia de los acontecimientos.
“The Disaster Artist: Obra Maestra” se une a los grandes títulos de la comedia maestra de esta era, alzando a James Franco, además, como uno de los realizadores más interesantes de este último tiempo. “I did not hit her, it’s not true! It’s bullshit! I did not hit her! I did not. Oh hi, Mark“, es sin duda una de las cuantiosas frases icónicas de la enigmática cinta de Wiseau que se recrea con gran éxito detrás y delante de la pantalla. Degustar de esta y otras de las tantas escenas del ya clásico de culto –además de un inesperado sketch post créditos– recreadas por Franco y compañía, es la guinda de una imperdible torta llena de pedazos de gran regocijo. Y es que una muy buena película, basada en otra cinta muy mala –tanto, que es buena–, es una experiencia fuera de este planeta; es digna de un mundo como el que habita Tommy Wiseau.
Título Original: The Disaster Artist
Director: James Franco
Duración: 104 minutos
Año: 2017
Reparto: James Franco, Dave Franco, Alison Brie, Josh Hutcherson, Seth Rogen, Zac Efron, Sharon Stone, Bryan Cranston, Kate Upton, Hannibal Buress, Jacki Weaver, Nathan Fielder, Jerrod Carmichael
“Minari” exhibe, a través de un relato sencillo, la historia de una familia coreana que llega a fines de los años ochenta a Arkansas, Estados Unidos, buscando la oportunidad de progresar a través del cultivo de vegetales coreanos, con el fin de venderlos a la creciente comunidad de dicho país. Desde que llegan al terreno donde se ubica la nueva casa familiar, el padre se ve obligado a contagiar de su propio optimismo al resto de la familia, en especial a su esposa, quien no puede evitar mencionar detalles que en un principio parecen anunciar la ruptura de la visión idílica del nuevo hogar.
Dentro de lo que parece ser una caravana sostenida sobre pilares y ruedas, se construye con resignación el nuevo hogar. Los niños parecen aceptarlo y adaptarse, pero la madre parece extrañar la ciudad desde un principio. La abuela llega de Corea con el propósito de acompañar a sus nietos, pero principalmente a su hija, a quien le cuesta lidiar con la soledad que provoca el aislado lugar.
En este punto la historia se convierte más que el sueño de una familia, en la concreción de los planes que el padre quiere cumplir para probarse a sí mismo de que es capaz de reescribir su historia, y eso resulta bastante original en la trama, ya que da espacio para que los demás personajes puedan abordar sus propias inquietudes en paralelo a algo común como el éxito de un proyecto que tiene el potencial de mejorar las condiciones de vida que afecta a la familia. También se percibe la necesidad de la madre no sólo de sacar adelante a sus hijos, sino que también de integrarse a una comunidad o, a lo menos, recuperar partes de su vida pasada, y con una poco convencional abuela ayudando a su nieto en la lucha silenciosa por superar sus propios límites.
El eje del conflicto de “Minari” se centra en la relación del matrimonio, que comienza a dar las primeras señales de un problema más profundo a través de los diálogos que se refieren a decisiones del pasado, cuyas consecuencias parecen situarse con más fuerza en el presente. Esto es justamente lo que coloca una mayor presión en el resultado de la cosecha, convirtiéndose en un acontecimiento decisivo, ya no sólo para mejorar las condiciones económicas de la familia, sino que también para evitar el desencanto definitivo de su mujer. Si bien, la premisa es bastante sencilla, la clave parece ser la naturalidad con la que transcurre la historia, y en este sentido no es necesario saturar al espectador de explicaciones o diálogos para imaginarse el camino por el que transitó la familia para llegar hasta ahí y lo que verdaderamente está en juego.
La película tiene varios elementos dramáticos, pero van develándose progresivamente, evitando la sensación de agobio que podría provocar este tipo de enfoque. En este sentido, aparte del conflicto principal constantemente presente, los acontecimientos cotidianos logran elaborar una construcción sólida de las características de los personajes y consiguen que el espectador empatice y, por momentos, se divierta con lo que sucede. El problema se presenta al mostrar las emociones de los personajes, ya que no se alcanza a profundizar en ellas, tornándose superficial a ratos en este aspecto. Esto lleva a que se vea un poco caricaturizada la figura de la abuela y que los sentimientos entre el matrimonio sólo se manifiesten en las partes en que discuten, mostrándose en las demás escenas su relación como en una especie de piloto automático. El intento de integración a la comunidad se anuncia como algo relevante, que termina por no tener ningún impacto, quedando como un antecedente más que hubiera sido interesante conocer.
En otras destacadas películas coreanas, el elemento metafórico también ha rodeado la trama, tal como se observa por medio de la piedra en “Parasite” (2019) y el palo de golf en “Bin-Jip” (2004). En el caso de “Minari”, Lee Isaac Chung incorpora un vegetal que, según entienden los mismos protagonistas, renace aún más fuerte después de morir, lo que deja entrever una luz de esperanza, pese al último acontecimiento que golpea a la familia. La planta también crece y se afirma en un lugar improbable, reflejo de la fortaleza de la acción de emigrar a una cultura absolutamente diferente, que en esta historia se transmite por el esfuerzo culminante para lograr el anhelado sueño americano que parece acercarse y alejarse en distintas ocasiones.
En definitiva, el mérito de “Minari” no se encuentra en la temática de fondo porque no es novedosa; se han hecho numerosas películas sobre inmigración que incluso muestran un camino mucho más sufrido. Lo que sí es posible destacar es la forma en que se exhibe la historia, dando un espacio a todos los personajes y mezclado una situación que puede parecer desesperanzadora con situaciones cómicas, dando un respiro a la trama, y la aparición de la abuela es clave para este fin, convirtiéndose poco a poco en un personaje que posiblemente será capaz de quedar en la mente de los espectadores. Estos elementos compensan el hecho de que las emociones no alcancen a tocar del todo a los personajes y pone el foco en el curso de la historia, que se acelera de forma muy efectiva en el desenlace, terminando en un excelente final.
Título Original: Minari
Director: Lee Isaac Chung
Duración: 115 minutos
Año: 2020
Reparto: Steven Yeun, Han Ye-ri, Youn Yuh-jung, Alan S. Kim, Noel Cho, Will Patton, Scott Haze, Eric Starkey, Esther Moon, Tina Parker, Darryl Cox