Hacer cine es una aventura en sí. Como la forma más social de arte, involucra infinitos factores externos que a veces son imposibles de controlar por el artista (si esa figura puede reducirse solamente al director), y cualquier intento de controlar esas fuerzas determina la misma creación. Hacer cintas sobre el quehacer cinematográfico es un tópico común en una industria acostumbrada a mirarse el ombligo. Relatar las peripecias acerca del proceso creativo llevó a Fellini a concebir su obra maestra “8 ½”, y a muchos otros a imitarlo. Construir en el abismo (mise en abyme), aunque surge en otras artes más antiguas como la literatura y pintura, es en el film donde logra su mayor espesor, quizás por ser un compendio de las otras expresiones creativas humanas, quizás porque su mismo formato permite el perfecto efecto de “doble espejo”. Un guión en constante escritura, en la misma pantalla –y también fuera de ella-, es lo que muestra “Sie7e Psicópatas”, trabajo de Martin McDonagh que llega esta semana a la cartelera chilena.
Marty (Colin Farrell) trabaja en el texto de su próxima cinta. El embrión de su idea es la creación de siete personalidades psicopáticas, asesinos seriales pensados sobre la base de recortes de prensa, relatos de extraños y las historias de cantina de su mejor amigo Billy (Sam Rockwell). Sin darse cuenta, su mayor inspiración vendrá de este último, quien junto a Hans (Christopher Walken) se dedican a secuestrar perros de raza para luego cobrar la recompensa a los adinerados dueños; y de la persecución que Charlie (Woody Harrelson), un mafioso de Los Ángeles, comenzará para recuperar a su amado Shih Tzu.
Para hacer “cine dentro del cine” lo más importante, más allá de la puesta en escena y las actuaciones, es la estructura del guión. Porque tal como el retrato de la mano que se dibuja a sí misma, el texto debe evidenciar una compleja paradoja: el de escribirse durante el metraje. Tal como Marty busca la inspiración en lo que ve alrededor y en las absurdas situaciones tras el secuestro del simpático perrito, la película que estamos viendo se va inventando a sí misma sobre las decisiones creativas del escritor, y las incoherentes ideas de sus amigos. Incluso en la definición de los “siete psicópatas” jamás hay certeza, porque pese a enumerarse en la pantalla cuáles son los mentados asesinos seriales, el doble juego de este guión “ficticio” va permeando la “realidad” de los que vemos en pantalla.
Claro, más allá de la genialidad del guión, que dentro de su sinsentido va evidenciando un cálculo meticuloso de sus posibilidades, otro elemento significativo es la puesta en escena. De manera inteligente, y sin un ápice de parafernalia, las secuencias donde los personajes van relatando los borradores del futuro guión, ya a estas alturas comunitario, se muestran sin ningún tipo de efecto de montaje, para luego ser comentadas y destruidas en la misma película. El film en ciernes jamás lo veremos, porque se está mostrando ante nuestros ojos sin que nos demos cuenta. Cada acto fallido, cada idea descartada, por otra parte, va revelando una intención crítica respecto a las mismas ideas y prejuicios del autor, como el racismo y misoginia que filtra su trabajo, que también muestra la cinta “real”.
Dejando de lado la densidad del texto presentado, “Sie7e Psicópatas”, con su tono de demoledora autoconciencia, entrega certeras secuencias de humor negro, sostenidas por los diálogos del cuarteto protagónico conformado por Farrell, Rockwell, Walken y Harrelson. Las actuaciones son esenciales, porque pese a abordar una infinidad de tópicos con la superposición de relatos, el film nunca deja de entretener, sorprender y hacer reír. La fascinación por el proceso creativo que lleva a concebir una película siempre ha enamorado a los cinéfilos. Lo interesante es imaginarlo como una aventura absurda, haciendo dudar acerca de las fronteras de la ficción, la realidad y de los lugares dónde surge la tan esquiva inspiración.
Tiempos de dictadura, un hijo de exiliados políticos que vuelve a Chile por cuenta propia y un crimen de crueldad inconmensurable por parte de las fuerzas de orden. El tercer largometraje de ficción de la directora Tatiana Gaviola, “La Mirada Incendiada”, inicia con las palabras “Inspirada en un hecho real”, tomando como punto de partida el conocido Caso Quemados, atentado en el que Carmen Gloria Quintana y Rodrigo Rojas de Negri fueron víctimas de un ataque incendiario por parte de militares a plena luz del día en la vía pública.
Protagonizado por Juan Carlos Maldonado en el papel de Rodrigo, el filme prometía sin duda ser un aporte para la memoria de nuestro país, dada la historia en cuestión y su contexto, sin embargo, esta promesa metamorfoseó hasta convertirse no sólo en polémica, debido a la nula influencia que tuvo la familia de Rojas de Negri en materias de decisión cinematográfica, sino que también es una cinta que no cumple del todo con los objetivos que parece perseguir.
El inicio de la película muestra a Rodrigo volviendo a Chile con una cámara bajo el brazo y el propósito de desempeñarse cómo fotógrafo profesional. Tras andar un rato medio perdido, y luego de ser ayudado por una amiga vecina de su tía, logra llegar a la casa de esta y sus dos primas menores, quienes cariñosamente lo acogen a lo largo de la trama. Tras esto, se forjan lazos emotivos que dan cuenta de la personalidad dulce y templada del protagonista. De esta forma, se retrata claramente cómo Rodrigo influyó en la vida del resto de los personajes mediante escenas variadas, que muestran momentos íntimos en los que estos interactúan, desde conversaciones nocturnas y abrazos diurnos, hasta experiencias traumáticas que refuerzan vínculos.
A lo mencionado anteriormente, se suma la manera en que los personajes se comunican entre sí. Si bien, el guión resulta claro y conciso, los intercambios de palabras se articulan principalmente a través de diálogos medianamente breves y en ocasiones incluso un poco rígidos, cayendo en la sobre explicación del contexto dictatorial en el que ocurren los eventos una y otra vez, resultando en parte obvios. Además, el guión demuestra la clara intención de introducir gran variedad –y cantidad– de expresiones y/o dichos chilenos, dando así a entender una identidad lingüística acertada, que da cuenta de aspectos de nuestra cultura, pudiendo haber sido presentado de manera igualmente oportuna, pero a través de matices más sutiles.
Por otro lado, Rodrigo es retratado a través de conversaciones y acciones como un joven que no se encuentra realmente al tanto ni de la situación a nivel país, ni de las restricciones que esto implica, modificando el relato y añadiendo romanticismo mediante la presencia de un protagonista en parte inocente, que sueña con denunciar las injusticias del golpe sin pensar en repercusiones. En este sentido, resalta también el carácter poético que busca reflejar la voz en off de narradora de la historia –perteneciente al personaje de Carmen Gloria Quintana–, sugiriendo la existencia de una profunda relación previa al hecho incendiario entre Carmen Gloria y Rojas de Negri, interpelando acciones y decisiones tomadas por el protagonista. Esto agrega de manera similar un toque de romanticismo que resulta algo forzado y, sobre todo, algo lejano a la realidad de los hechos.
En cuanto a la atmósfera, la película logra reflejar el miedo colectivo y la tensión de la época, además de espacios y elementos característicos que resultan clave para retratar el período, tales como cacerolazos, protestas y allanamientos. Las escenas no son demasiado largas, por lo que hacen que la cinta sea dinámica y en su mayoría liviana, teniendo en consideración la carga del tema que trata. Sin embargo, esto mismo es lo que también genera que en algunas ocasiones se pierda un poco la continuidad entre una escena y la siguiente.
Por último, cabe destacar que, si bien las heridas dejadas por el flagelo dictatorial a lo largo y ancho de este territorio siguen estando cargadas de un rojo fresco y humeante, vale la pena que historias como estas vean a la luz en el formato cinematográfico, alimentando la memoria de nuestro país mediante expresiones artísticas cargadas de historia. Por desgracia, “La Mirada Incendiada” no cumple del todo con este objetivo, quedando al debe principalmente en temas de fidelidad con la memoria histórica nacional y la empatía hacia víctimas del caso, ya que, a pesar de que se deja en claro que el filme tan sólo se inspira en los hechos reales, este sin duda abre paso a preguntas que vale la pena hacerse. ¿Hasta qué punto es viable mezclar realidad y ficción? ¿De qué manera abordar temáticas delicadas de la manera más empática posible? Lamentablemente, en ese sentido “La Mirada Incendiada” desarrolla su narrativa omitiendo aquel elemento tan importante.
Título Original: La Mirada Incendiada
Director: Tatiana Gaviola
Duración: 102 minutos
Año: 2021
Reparto: Juan Carlos Maldonado, Catalina Saavedra, Gonzalo Robles, María Izquierdo, Cristina Aburto, Constanza Sepúlveda, Belén Herrera, Pascal Balart, Estrella Ortiz
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