Con el título de “Si No Despierto” llega a la pantalla grande esta película basada en la novela del mismo nombre de Lauren Oliver, publicada en 2010 y con críticas dispares, pero que cultivó una legión de fanáticos. Teniendo en cuenta su target, sin lugar a dudas inclinado hacia el público juvenil femenino, la guionista María Maggenti siguió al pie de la letra las 290 páginas de la novela y se arriesgó, junto a la directora Ry Russo-Young, a dar vida a singulares 98 minutos de película.
Samantha Kingston (Zoey Deutch) es una joven bien posicionada en el rango social de su escuela; tiene al novio perfecto, problemas comunes con su familia y un grupo de amigas inseparables, quienes dedican su tiempo a ser populares, destacar en su entorno y molestar a quienes no son como ellas. Samantha se levanta, acude a la escuela; el día termina en una esperada fiesta y todo se vuelve a repetir una y otra vez, despertando siempre en el mismo día.
Bajo esta premisa, Samanta relata que para ella sólo existe este día. Dicho día, que vemos como “día 1”, es todo el primer acto de esta historia, una que ya corre peligro de fracasar por dónde se le mire. Siendo este primer acto más largo de lo normal, vemos la incurrencia de recursos que ayudan a entender la trama de forma fácil, pero sin ayudar elevar la calidad del film, sino que todo lo contrario. Entre ellos encontramos las figuras comunes y caricaturizadas de los personajes, ayudados por el casting, en donde reconocemos las figuras de los personajes más por su físico que por sus acciones.
Hasta acá la película no sorprende, sin embargo, las posibilidades de la trama son amplias y pueden cargar un segundo acto completo de un fascinante y enigmático mundo de dimensiones paralelas o viajes a través de agujeros de gusanos, o alguna mágica resolución a la gran incógnita de despertar siempre en el mismo día y tener consciencia de ello, pero la historia, fiel a su estilo, se queda en nada. La teoría de un nuevo “Donnie Darko” (2001) queda descartada y, a pesar de la inevitable similitud con la incomparable “Groundhog Day” (1993), en donde Bill Murray logra un papel excepcional e inolvidable, esta película pasa a ser algo así como el libro “Muchas Vidas, Muchos Maestros” de Brian Weiss. Aceptando esto, “Si No Despierto” se torna en cierto modo interesante, y es aquí donde Zoey Deutch saca las garras como actriz y revela un arsenal de tipos de personalidad en un solo personaje, mostrando el gran trabajo que hay tras la construcción de este.
Detalle tras detalle, la película comienza a cautivar con su forma narrativa y rítmica. El punto de vista de Samantha se ve abordado desde diferentes teorías; una especie de aprendizaje a corto plazo que nos va dejando pequeñas, pero, a la larga, grandes reflexiones. Pareciera que aquí todo tiene sentido: los personajes caricaturizados, el universo dramático alejado de una posible catarsis mediática y los pequeños dramas sin valor alguno, adquieren sentido. La cinta, que optaba por una partida para el olvido, empieza a justificar lo plástico de su narración con una especie de apología al verdadero sentido de la vida.
En lo visual y sonoro, “Si No Despierto” fluye de forma un poco forzada, pero precisa en la resolución de problemáticas. Las pocas cámaras en mano que maneja el film son de gran precisión, creando así un ambiente “estable”, contrastado por esta pugna interior entre la protagonista y el mundo. No obstante, el exceso de banda sonora contamina en cierta medida el film, con la extradiégesis buscando más un éxito sonoro que un recurso sensorial.
Si se quiere ver una película donde el mensaje psicológico prima por sobre la acción y las grandes extravagancias, “Si No Despierto” puede resultar una buena alternativa. Sin un gran presupuesto, pero con una enorme pretensión, esta producción deja en evidencia una historia que se puede tornar compleja con la misma facilidad que en un principio parecía simplona. “Si No Despierto” es como aquel hombre que corre y se detiene justo pisando el límite del acantilado.
“Minari” exhibe, a través de un relato sencillo, la historia de una familia coreana que llega a fines de los años ochenta a Arkansas, Estados Unidos, buscando la oportunidad de progresar a través del cultivo de vegetales coreanos, con el fin de venderlos a la creciente comunidad de dicho país. Desde que llegan al terreno donde se ubica la nueva casa familiar, el padre se ve obligado a contagiar de su propio optimismo al resto de la familia, en especial a su esposa, quien no puede evitar mencionar detalles que en un principio parecen anunciar la ruptura de la visión idílica del nuevo hogar.
Dentro de lo que parece ser una caravana sostenida sobre pilares y ruedas, se construye con resignación el nuevo hogar. Los niños parecen aceptarlo y adaptarse, pero la madre parece extrañar la ciudad desde un principio. La abuela llega de Corea con el propósito de acompañar a sus nietos, pero principalmente a su hija, a quien le cuesta lidiar con la soledad que provoca el aislado lugar.
En este punto la historia se convierte más que el sueño de una familia, en la concreción de los planes que el padre quiere cumplir para probarse a sí mismo de que es capaz de reescribir su historia, y eso resulta bastante original en la trama, ya que da espacio para que los demás personajes puedan abordar sus propias inquietudes en paralelo a algo común como el éxito de un proyecto que tiene el potencial de mejorar las condiciones de vida que afecta a la familia. También se percibe la necesidad de la madre no sólo de sacar adelante a sus hijos, sino que también de integrarse a una comunidad o, a lo menos, recuperar partes de su vida pasada, y con una poco convencional abuela ayudando a su nieto en la lucha silenciosa por superar sus propios límites.
El eje del conflicto de “Minari” se centra en la relación del matrimonio, que comienza a dar las primeras señales de un problema más profundo a través de los diálogos que se refieren a decisiones del pasado, cuyas consecuencias parecen situarse con más fuerza en el presente. Esto es justamente lo que coloca una mayor presión en el resultado de la cosecha, convirtiéndose en un acontecimiento decisivo, ya no sólo para mejorar las condiciones económicas de la familia, sino que también para evitar el desencanto definitivo de su mujer. Si bien, la premisa es bastante sencilla, la clave parece ser la naturalidad con la que transcurre la historia, y en este sentido no es necesario saturar al espectador de explicaciones o diálogos para imaginarse el camino por el que transitó la familia para llegar hasta ahí y lo que verdaderamente está en juego.
La película tiene varios elementos dramáticos, pero van develándose progresivamente, evitando la sensación de agobio que podría provocar este tipo de enfoque. En este sentido, aparte del conflicto principal constantemente presente, los acontecimientos cotidianos logran elaborar una construcción sólida de las características de los personajes y consiguen que el espectador empatice y, por momentos, se divierta con lo que sucede. El problema se presenta al mostrar las emociones de los personajes, ya que no se alcanza a profundizar en ellas, tornándose superficial a ratos en este aspecto. Esto lleva a que se vea un poco caricaturizada la figura de la abuela y que los sentimientos entre el matrimonio sólo se manifiesten en las partes en que discuten, mostrándose en las demás escenas su relación como en una especie de piloto automático. El intento de integración a la comunidad se anuncia como algo relevante, que termina por no tener ningún impacto, quedando como un antecedente más que hubiera sido interesante conocer.
En otras destacadas películas coreanas, el elemento metafórico también ha rodeado la trama, tal como se observa por medio de la piedra en “Parasite” (2019) y el palo de golf en “Bin-Jip” (2004). En el caso de “Minari”, Lee Isaac Chung incorpora un vegetal que, según entienden los mismos protagonistas, renace aún más fuerte después de morir, lo que deja entrever una luz de esperanza, pese al último acontecimiento que golpea a la familia. La planta también crece y se afirma en un lugar improbable, reflejo de la fortaleza de la acción de emigrar a una cultura absolutamente diferente, que en esta historia se transmite por el esfuerzo culminante para lograr el anhelado sueño americano que parece acercarse y alejarse en distintas ocasiones.
En definitiva, el mérito de “Minari” no se encuentra en la temática de fondo porque no es novedosa; se han hecho numerosas películas sobre inmigración que incluso muestran un camino mucho más sufrido. Lo que sí es posible destacar es la forma en que se exhibe la historia, dando un espacio a todos los personajes y mezclado una situación que puede parecer desesperanzadora con situaciones cómicas, dando un respiro a la trama, y la aparición de la abuela es clave para este fin, convirtiéndose poco a poco en un personaje que posiblemente será capaz de quedar en la mente de los espectadores. Estos elementos compensan el hecho de que las emociones no alcancen a tocar del todo a los personajes y pone el foco en el curso de la historia, que se acelera de forma muy efectiva en el desenlace, terminando en un excelente final.
Título Original: Minari
Director: Lee Isaac Chung
Duración: 115 minutos
Año: 2020
Reparto: Steven Yeun, Han Ye-ri, Youn Yuh-jung, Alan S. Kim, Noel Cho, Will Patton, Scott Haze, Eric Starkey, Esther Moon, Tina Parker, Darryl Cox