La saga “Crepúsculo” tuvo un éxito imparable. Con un presupuesto moderado, las cinco películas lograron arrasar con las taquillas del mundo. Si bien no se ganaron el respeto de la crítica, consiguieron llenar los bolsillos de sus responsables. Ya lo sabemos, don dinero manda y, como todo éxito, ha buscado ser replicado por nuevas producciones. La fórmula es la siguiente: basarse en un best-seller juvenil, tener como protagonista a una pareja adolescente y proponer un mundo fantástico. A inicios de año se estrenó “Hermosas Criaturas” y próximamente llegará “The Host” –basada en otra novela de Stephenie Meyer- y “The Mortal Instruments: City Of Bones”. “Mi Novio Es Un Zombie”, aunque sale del mismo estudio de la saga de vampiros, busca cautivar a un público huérfano con una propuesta distinta. El centro de la historia también es una relación criatura-humana, pero el tono y el cómo se asume a sí misma son muy distintos, para nuestra fortuna.
R (Nicholas Hoult) es un zombie adolescente que deambula por un Estados Unidos post- apocalíptico. No recuerda nada, vive en un avión abandonado, trata de mantenerse alejado de los “Flacos” –criaturas que son la principal amenaza para los zombies- e intercambia gruñidos con su mejor amigo (Rob Corddry). La monotonía se rompe cuando, junto con su hambriento grupo, atacan a los humanos. En medio de esa escena brutal, R queda flechado de la novia de su última víctima, Julie (Teresa Palmer). Se la llevará a su hogar para brindarle protección e intentará hacerle ver que no tiene intenciones de comérsela. Mientras, algo se detona en él que provoca que el desolador mundo que habitan empiece a cambiar. El problema es que el padre de la joven es ni más ni menos que el líder de la resistencia humana (John Malkovich).
El “cómo” en el cine es fundamental. Muchas veces hay ideas que en el papel asoman como un despropósito, pero su traslado a la pantalla grande no lo es tal. Este es el caso de la película que nos convoca. Si bien la premisa es bastante disparatada, se consigue dar con un tono adecuado que no se pierde en todo el metraje: distendido, divertido, llegando incluso a parecer una comedia indie. Así queda claro desde los primeros segundos, cuando el protagonista se cuestiona a sí mismo mientras recorre un aeropuerto infestado de zombies: «Estoy tan pálido. Debería salir más. Debería comer mejor. Mi postura es horrible. Debería pararme más derecho. La gente me respetaría más si estuviera más derecho». Sabemos de inmediato que, lo que vamos a ver durante la siguiente hora y media, no se tomará muy en serio a sí mismo.
La película se emparenta un poco con “Shaun Of The Dead” (2004), en el sentido de que también es un acercamiento cómico al cine de zombies, aunque con menos espacio para dobleces y un humor distinto. Más bien, el filme con el que más comparte similitudes es “Zombieland” (2009). Ambos utilizan el recurso de la voz en off y la esencia de sus historias son tipos jugándosela para tener a las chicas de la función. No obstante, a diferencia de esa cinta, en “Mi Novio Es Un Zombie” la sobrevivencia de este mundo que se desmorona y los intentos del protagonista por conquistar a la joven van de la mano. En ese sentido, a cierto público le podrá parecer una aberración esta idea de que el enamoramiento tenga alcances mayores. Lo cierto es que la película da un vuelco con sutileza y preservando su sello, aunque no esquivando la cursilería. Más allá de ese giro final, durante gran parte del metraje los zombies siguen siendo zombies: comen carne humana y mantienen algo de su salvajismo. Está a años luz del blanqueamiento que realizó “Crepúsculo” con los vampiros y eso debido, probablemente, a que adapta un mejor material, la novela homónima de Isaac Marion lanzada en 2011 con una secuela en camino.
El responsable de esta estimable producción es Jonathan Levine, quien demostró una particular sensibilidad en “The Wackness” (2008) y “50/50” (2011). Aquí es el director y guionista, y afortunadamente tuvo pleno control para plasmar su mirada, de seguro porque el presupuesto es pequeño. Sin embargo, no es antojadizo que la protagonista femenina sea Teresa Palmer, una intérprete que recuerda mucho a Kristen Stewart, y que el rol del zombie haya quedado en manos de Nicholas Hoult, uno de los actores jóvenes de moda. En eso el estudio Summit Entertainment jugó sus cartas para atraer a una audiencia que se quedó sin su saga favorita, pero el parecido, como ya se mencionó, existe solo a primera vista.
La cinta se ríe de los clichés del cine de zombies y hay divertidas referencias a “Romeo y Julieta”. A pesar de que hacia el final se entrega a lo tradicional, no deja de ser un producto fresco. A fin de cuentas, el resultado es un mejor entretenimiento que cualquier blockbuster estrenado en lo que va de año. Podrá carecer de acción y efectos visuales deslumbrantes, pero a cambio tiene honestidad y una pareja protagonista que funciona muy bien. Una película grata, ligera y consciente de sus limitantes. Si las sucesoras de “Crepúsculo” van a estar más cerca de “Mi Novio Es Un Zombie” que de “Hermosas Criaturas”, podemos estar tranquilos.
“Minari” exhibe, a través de un relato sencillo, la historia de una familia coreana que llega a fines de los años ochenta a Arkansas, Estados Unidos, buscando la oportunidad de progresar a través del cultivo de vegetales coreanos, con el fin de venderlos a la creciente comunidad de dicho país. Desde que llegan al terreno donde se ubica la nueva casa familiar, el padre se ve obligado a contagiar de su propio optimismo al resto de la familia, en especial a su esposa, quien no puede evitar mencionar detalles que en un principio parecen anunciar la ruptura de la visión idílica del nuevo hogar.
Dentro de lo que parece ser una caravana sostenida sobre pilares y ruedas, se construye con resignación el nuevo hogar. Los niños parecen aceptarlo y adaptarse, pero la madre parece extrañar la ciudad desde un principio. La abuela llega de Corea con el propósito de acompañar a sus nietos, pero principalmente a su hija, a quien le cuesta lidiar con la soledad que provoca el aislado lugar.
En este punto la historia se convierte más que el sueño de una familia, en la concreción de los planes que el padre quiere cumplir para probarse a sí mismo de que es capaz de reescribir su historia, y eso resulta bastante original en la trama, ya que da espacio para que los demás personajes puedan abordar sus propias inquietudes en paralelo a algo común como el éxito de un proyecto que tiene el potencial de mejorar las condiciones de vida que afecta a la familia. También se percibe la necesidad de la madre no sólo de sacar adelante a sus hijos, sino que también de integrarse a una comunidad o, a lo menos, recuperar partes de su vida pasada, y con una poco convencional abuela ayudando a su nieto en la lucha silenciosa por superar sus propios límites.
El eje del conflicto de “Minari” se centra en la relación del matrimonio, que comienza a dar las primeras señales de un problema más profundo a través de los diálogos que se refieren a decisiones del pasado, cuyas consecuencias parecen situarse con más fuerza en el presente. Esto es justamente lo que coloca una mayor presión en el resultado de la cosecha, convirtiéndose en un acontecimiento decisivo, ya no sólo para mejorar las condiciones económicas de la familia, sino que también para evitar el desencanto definitivo de su mujer. Si bien, la premisa es bastante sencilla, la clave parece ser la naturalidad con la que transcurre la historia, y en este sentido no es necesario saturar al espectador de explicaciones o diálogos para imaginarse el camino por el que transitó la familia para llegar hasta ahí y lo que verdaderamente está en juego.
La película tiene varios elementos dramáticos, pero van develándose progresivamente, evitando la sensación de agobio que podría provocar este tipo de enfoque. En este sentido, aparte del conflicto principal constantemente presente, los acontecimientos cotidianos logran elaborar una construcción sólida de las características de los personajes y consiguen que el espectador empatice y, por momentos, se divierta con lo que sucede. El problema se presenta al mostrar las emociones de los personajes, ya que no se alcanza a profundizar en ellas, tornándose superficial a ratos en este aspecto. Esto lleva a que se vea un poco caricaturizada la figura de la abuela y que los sentimientos entre el matrimonio sólo se manifiesten en las partes en que discuten, mostrándose en las demás escenas su relación como en una especie de piloto automático. El intento de integración a la comunidad se anuncia como algo relevante, que termina por no tener ningún impacto, quedando como un antecedente más que hubiera sido interesante conocer.
En otras destacadas películas coreanas, el elemento metafórico también ha rodeado la trama, tal como se observa por medio de la piedra en “Parasite” (2019) y el palo de golf en “Bin-Jip” (2004). En el caso de “Minari”, Lee Isaac Chung incorpora un vegetal que, según entienden los mismos protagonistas, renace aún más fuerte después de morir, lo que deja entrever una luz de esperanza, pese al último acontecimiento que golpea a la familia. La planta también crece y se afirma en un lugar improbable, reflejo de la fortaleza de la acción de emigrar a una cultura absolutamente diferente, que en esta historia se transmite por el esfuerzo culminante para lograr el anhelado sueño americano que parece acercarse y alejarse en distintas ocasiones.
En definitiva, el mérito de “Minari” no se encuentra en la temática de fondo porque no es novedosa; se han hecho numerosas películas sobre inmigración que incluso muestran un camino mucho más sufrido. Lo que sí es posible destacar es la forma en que se exhibe la historia, dando un espacio a todos los personajes y mezclado una situación que puede parecer desesperanzadora con situaciones cómicas, dando un respiro a la trama, y la aparición de la abuela es clave para este fin, convirtiéndose poco a poco en un personaje que posiblemente será capaz de quedar en la mente de los espectadores. Estos elementos compensan el hecho de que las emociones no alcancen a tocar del todo a los personajes y pone el foco en el curso de la historia, que se acelera de forma muy efectiva en el desenlace, terminando en un excelente final.
Título Original: Minari
Director: Lee Isaac Chung
Duración: 115 minutos
Año: 2020
Reparto: Steven Yeun, Han Ye-ri, Youn Yuh-jung, Alan S. Kim, Noel Cho, Will Patton, Scott Haze, Eric Starkey, Esther Moon, Tina Parker, Darryl Cox