La llegada de libros populares con temáticas adolescentes a la pantalla grande, es un fenómeno que se encuentra instaurado de manera sólida en la industria, ya sea por la alta cantidad de propuestas de este tipo, o por las cuantiosas recaudaciones de estas. Los recurrentes éxitos de taquilla y, por consecuencia, las utilidades que han generado estas películas han dado pie a que las formulas del éxito se repitan y funcionen como moldes para próximas producciones que aspiran a los mismos resultados. En este sentido, “The Maze Runner” (2014) y su actual secuela “Maze Runner: Prueba de Fuego”, son claro ejemplo de todo lo anteriormente señalado: ambas logran entretener de manera fácil, a costa de no arriesgar nada, manteniendo así formulas ya probadas. Esto, a la larga, deja un sabor amargo por la falta de mayor calidad, opacando la entretención lograda, la que por sólo unos momentos parece real.
Thomas (Dylan O’Brien) ha logrado escapar del laberinto y salvar a su grupo de amigos, entre ellos Minho (Ki Hong Lee), Newt (Thomas Brodie-Sangster) y Teresa (Kaya Scodelario). Sin embargo, pronto se darán cuenta de que no están verdaderamente a salvo, y deciden escapar una vez más, en esta ocasión con la ayuda de Aris (Jacob Lofland). Ahora el grupo de jóvenes deberá buscar ayuda con un grupo de resistencia llamado “El Brazo Derecho”, en un mundo desértico y plagado de criaturas infectadas por un virus letal.
Desde los primeros minutos, la cinta recurre a los mismos elementos que su predecesora, el misterio por un lado y un foco alumbrando constantemente las suspicacias de su protagonista. Y he aquí la primera falencia: la extrema dependencia del relato en función de las acciones de su personaje principal. Esto genera que a ratos todo se vuelva predecible, desperdiciándose diversos matices que podrían enriquecer el relato dotándolo de una mayor profundidad. Estos potenciales matices provienen desde los personajes y contextos que rodean a Thomas, los que se desarrollan de manera superficial y como una escenografía muda.
Ya avanzada la película, nos hemos encontrado con múltiples secuencias de tensión, acción y adrenalina, que se suceden de manera continua y rápida, lo cual se agradece en relación a la capacidad de mantener la atención por parte del espectador a lo que se propone en la pantalla. Sin embargo, esto se transforma en una debilidad al momento de llegar a aquellos pasajes calmos de la cinta, los cuales se desarrollan de manera pobre y sin sentimiento, no logrando entusiasmar en absoluto, con precarias actuaciones y diálogos que caen en el cliché. Este desbalance entre las secuencias de acción y de calma, genera trabas en el fluir de la narración, únicamente por la diferencia de calidad entre ambos tipos de momentos. Da así la sensación de que la película se sustenta únicamente en aquellos pasajes de velocidad y acción, lo que a su vez deja entrever el uso de fórmulas de éxito y de espectáculo dirigido a grandes masas de gente, con gran potencial en efectos especiales, pero poca calidad e innovación en la manera de relatar y mostrar cinematográficamente una historia. Mención aparte para la imagen y fotografía, que en este caso cumplen de buena manera la representación de paisajes post apocalípticos, manteniéndose respetuosos con el tratamiento del ambiente que la ciencia ficción requiere. En dicho apartado, este es uno de los puntos altos de la cinta.
En relación a su antecesora, una de las diferencias que se hacen notar en “Maze Runner: Prueba de Fuego” recae en la extensión. Y es que la cinta de 2014 presentaba una duración óptima, suficiente como para no dejar cabos sueltos y no decaer, pero acá no es el caso, alargando la duración con secuencias que no aportan y que pareciesen querer prolongar o dotar de matices que en definitiva no cumplen con el objetivo. En esta línea, otra diferencia con su antecesora es que “The Maze Runner: Prueba de Fuego” abre de manera radical la trama, incorporando nuevos enemigos, nuevos peligros y nuevos personajes. La hibridación de géneros en este punto se hace explicito, lo cual funciona únicamente con fines de entretención, sin perspectiva e intenciones de dotar de profundidad los temas que se tratan, lo que sin duda alguna, de haber sido tomado en cuenta, podría haber situado a esta producción en un escalón de calidad superior.
En conclusión, la entretención existe, marcada principalmente por la acción y los diversos misterios que envuelven al grupo de jóvenes, y eso es positivo. Dicho esto, podríamos dar cuenta de una superioridad de esta producción versus su antecesora, únicamente teniendo en cuenta la capacidad de recrear y mantener al espectador atento al rumbo que toma a cada momento la película. Sin embargo, la entretención no lo puede ser todo, y pareciese ser que acá esto se hace evidente de manera ejemplar. Y es que cualquier aspecto que pudo haber funcionado para dotar a la cinta de una originalidad o calidad por sobre sus pares, es omitida y recluida a una mera ambientación escenográfica de poca importancia, dejando claras las intenciones de mantener los límites que la industria y la recaudación económica impone a este tipo de producciones, que a estas alturas son grito y plata.
Novedades sobre The Notorious B.I.G. Se dio a conocer el primer trailer del documental “Biggie: I Got A Story To Tell” acerca del músico asesinado en 1997 y quien fuera incluido en el Salón de la Fama del Rock and Roll en 2020. La producción abarca entre los años 70 y 90 del rapero en Brooklyn, y su fecha de estreno es el 1 de marzo a través de Netflix.
La realización del filme demoró cuatro años, cuenta Emmett Malloy, director de la nueva entrega que abarca la carrera del artista. Y eso no esto todo, ya que, como productores, se encuentra la madre del protagonista, Voletta Wallace, y un colaborador cercano: Sean “Puff Daddy” Combs. Por último, está Wayne Barrow, manager de The Notorious B.I.G., quien tiene el rol de productor ejecutivo.
A continuación, te dejamos el trailer del documental: