Woody Allen, como el realizador enormemente reconocido que es, conforma una marca por sí sola. No nos extraña que a los pocos minutos de metraje ya hayamos reconocido sus códigos, tono y sentido del humor, dado tanto por los textos, música, personajes y naturaleza de las situaciones en que se ven envueltos. De la misma manera, a estas alturas de su vasta trayectoria, resulta sencillo distinguir entre sus producciones que indiscutiblemente marcarán una diferencia y esas que, si bien son atractivas, son de carácter más bien prescindible. Es la división entre aquellas piezas cinematográficas significativas y las de relleno –por ponerlo de forma burda-, y “Magia a la Luz de la Luna” entra en el segundo grupo.
Corre el año 1928. Stanley (Colin Firth) es un exitoso mago que oculta su identidad bajo el personaje del chino Wei Ling Soo, siendo famoso también por su radical postura contra cualquier cosa que proclame desafiar las leyes de la ciencia. Es por esto que su amigo Howard (Simon McBurney) le solicita ayuda para desenmascarar a Sophie (Emma Stone), una supuesta médium. La misión, sin embargo, se tornará ardua una vez que Stanley entre a conocer a la encantadora muchacha.
Protagonizada por el ícono de la caballerosidad (y rigidez) inglesa, Colin Firth, la película es una acicalada fábula que pone en la licuadora nuestro concepto de felicidad, el vivir la vida, la valentía que se requiere para admitir cuán vulnerable nos vuelven los sentimientos y la sabiduría de a veces optar por el riesgo por sobre la seguridad. Tan entretenida como vaga, arranca con la promesa de estar ad portas de una experiencia entrañable tipo “Midnight In Paris” (2011), sólo para rápidamente irse diluyendo conforme los eventos se desencadenan con una ligereza que deja bastante al debe. Porque si bien es una comedia y por ende no se le exige gravedad en el tratamiento del conflicto, la resolución se presiente superficial y no termina por casarse con ninguna idea.
Es una historia intrínsecamente romántica, como gran parte de la filmografía del estadounidense, acostumbrado a embellecer los conflictos y contexto histórico que elige retratar. Este debe ser el principal inconveniente de su sello: su falta de compromiso crítico con las temáticas que aborda. Con algunas excepciones, por cierto (léase sus soberbias incursiones en el thriller y drama), Allen se ha empecinado en romantizar las épocas y problemáticas, configurando un cuestionable punto de vista burgués que él no ha demostrado deseos de abandonar. Conflictos internos y/o interpersonales de hermosas y acaudaladas criaturas que poco y nada conocen de las problemáticas del mundo real, son cuestiones que ya instantáneamente se asocian a sus trabajos, unos más logrados que otros.
Por otro lado, no obstante, no se debe subestimar su facultad de dar vida a imaginativos argumentos que se mantienen cautivantes de principio a fin, protagonistas frescos y de peculiares psicologías y, por supuesto, agudos diálogos. Principalmente, goza de una impecable habilidad dirigiendo actores, haciéndolos relucir en la piel de los curiosos personajes que inventa con una creatividad que no pierde. Este caso no es la excepción, sacándole brillo a las respectivas cualidades de Firth y Stone en la individualidad de sus roles. Como pareja, por otro lado, no se puede decir lo mismo, conformando un par más bien disfuncional, carente de química y que fácilmente delata la diferencia de edad, tornando incómoda la visualización de ellos como amantes. Es este factor el obstáculo clave en el desarrollo exitoso de la trama; siendo el punto central de atención, no cumple con las expectativas, y con eso el resto de la maquinaría sólo funciona a medias.
Esta película es un ejemplo de que los cineastas del estatus de Allen pueden darse el lujo de reunir un puñado de estrellas para participar en cintas que en realidad difícilmente constituyen algún tipo de contribución, y que de pertenecer a alguna personalidad desconocida, jamás podrían reclutar un reparto mediáticamente tan poderoso. Es la ventaja que entrega un aplaudido oficio de décadas, pero también el privilegio que significa para un actor contar en su currículum con un director de esta calaña y todo el ruido que esto conlleva en términos publicitarios. De ser una cinta adorable, lo es; visualmente bonita también y lo suficiente divertida como para no perder la atención del espectador. En cuanto a su potencial de trascendencia, en tanto, poco hay para rescatarle, y decir poco es un eufemismo.
Novedades sobre The Notorious B.I.G. Se dio a conocer el primer trailer del documental “Biggie: I Got A Story To Tell” acerca del músico asesinado en 1997 y quien fuera incluido en el Salón de la Fama del Rock and Roll en 2020. La producción abarca entre los años 70 y 90 del rapero en Brooklyn, y su fecha de estreno es el 1 de marzo a través de Netflix.
La realización del filme demoró cuatro años, cuenta Emmett Malloy, director de la nueva entrega que abarca la carrera del artista. Y eso no esto todo, ya que, como productores, se encuentra la madre del protagonista, Voletta Wallace, y un colaborador cercano: Sean “Puff Daddy” Combs. Por último, está Wayne Barrow, manager de The Notorious B.I.G., quien tiene el rol de productor ejecutivo.
A continuación, te dejamos el trailer del documental: