La primera vez que se acuñó el término “sufragista” fue en el año 1903, cuando de esta manera se comienza a señalar a un grupo feminista que luchaba por el derecho a voto igualitario en el Reino Unido. Los antecedentes de este movimiento se remontan a la segunda parte del siglo XIX, hasta llegar finalmente a la concreción de una reforma definitiva en 1928, año en que sin condiciones, en aquella porción de Europa, las mujeres principiaban sus libertades dentro del sistema electoral. Determinante para la igualdad política, económica y social, la corriente se extendió por todo el globo estableciendo su influencia de acuerdo a la situación de cada país. Tras casi cincuenta años de fundada la organización, las mujeres en Chile recién obtenían su derecho al sufragio en 1949.
Presentando una parte de estos eventos, “Las Sufragistas” se expone mediante la perspectiva de una de sus protagonistas, Maud Watts (Carey Mulligan) –inspirada en la figura real de la trabajadora Hannah Webster Mitchell–, una joven mujer de 24 años, que lentamente se va involucrando en las actividades de la agrupación hasta formar parte de ella, teniendo que complementar su nuevo rol de sufragista con los aspectos de su vida cotidiana, donde su pequeño hijo es lo principal. Sin embargo, las consecuencias no tardan en llegar y la relación de Maud con su esposo, Sonny (Ben Whishaw), quizás alcance un punto de no retorno. Mientras tanto, la lucha de las sufragistas se va radicalizando cada vez más en respuesta a la violencia con que el gobierno actúa para detener su revolución, una que es vista como una seria amenaza para el patriarcado.
A través de una lectura que tiene por objetivo enganchar la empatía popular, la directora inglesa Sarah Gavron nos ofrece una película que intenta ser comprometida con la historia omitiendo ciertos datos para causar mayor impacto. Con aquel planteamiento mediante, “Las Sufragistas” no afirma su línea central en los hechos verdaderos, que ubican a las mujeres de la clase media y alta como las relevantes dentro del movimiento sufragista, sino que focaliza su relato en el orden del proletariado para validarse por medio de una postura sensible en torno a la clase obrera. Haciendo un guiño a lo fundamental que resulta la educación sobre los deseos revolucionarios (Helena Bonham Carter es una farmacéutica que no pudo ser médico porque “se equivocó de sexo al nacer”) y al pequeño aliciente que representa una mujer adinerada abrazando la causa, la cinta basa todo su resto en la resistencia que se va constituyendo sobre los distintos bloques de las zonas más pobres en tierras británicas.
El largometraje se puede mantener en buena parte gracias al diseño anterior, sin embargo, el vaivén de sus aciertos impide que la historia alcance una sustancia plena. Cursando una estructura narrativa limpia y fácil de seguir, consecuencia de su carácter siempre lineal, “Las Sufragistas” tiende a ser demasiado reiterativa, extendiéndose aquel abuso hacia un clímax que, más que producir tensión y concentrar atenciones, decepciona al dilatarse innecesariamente sobre sus resoluciones, las que, además, en algún punto se disocian con el epílogo. Si bien los giros se encuentran correspondidos con las estaciones del relato –básicamente porque la película no es invasiva en la información que va presentando-, ni tampoco aturde al introducir el contexto de un tema que es tan social como político, por momentos no se advierte una fuerza conectora que sea solvente en la progresión de las escenas. Si hay más claridad hacia la mitad del film, es porque sus historias paralelas (Maud y su familia por una parte, y la actividad de las sufragistas por otra) pueden efectivamente encausar su ritmo independiente, al mismo tiempo que sus personajes comienzan a cuestionar sus acciones.
Sin llegar a ser tan gráfica, la cinta no escatima al mostrar las distintas maneras de violencia que se daban contra las mujeres de la época, fueran estas manifestantes o no; agresiones físicas y psicológicas contenidas en formas de acoso, explotación e intimidación, surgen como la bandera de protesta que el título quiere levantar. No obstante, esta postura tan honesta se diluye cuando el largometraje adopta un tono aleccionador; un cariz moralista que no le sienta, porque en los tiempos que corren la desigualdad de los géneros se nivela con respaldo en las propias circunstancias históricas y no en los discursos oportunistas que necesitan provocar falsas emociones. Confirmando la fluctuación de las virtudes y equivocaciones del film, Carey Mulligan, desde la evolución de su personaje, y Brendan Gleeson, desde la vehemencia interna de su papel, aportan con muy buenas interpretaciones, sobre todo cuando los dos coinciden en la instancia de unos contraplanos que dan mayor sentido al fondo de los diálogos cardinales.
En resumen, “Las Sufragistas” no llega a una condición para que se puedan emitir juicios polarizados en su contorno, porque sencillamente la cinta no es ni buena ni mala: sólo es un producto que se ubica en el umbral de lo estimable. Más allá de que los tópicos sobre los que teje su relato son muy interesantes y, por cierto, trascendentales para la historia cívica reciente, el resultado de su propuesta termina siendo insustancial, como si nunca hubiésemos visto la película en primer lugar.
“Minari” exhibe, a través de un relato sencillo, la historia de una familia coreana que llega a fines de los años ochenta a Arkansas, Estados Unidos, buscando la oportunidad de progresar a través del cultivo de vegetales coreanos, con el fin de venderlos a la creciente comunidad de dicho país. Desde que llegan al terreno donde se ubica la nueva casa familiar, el padre se ve obligado a contagiar de su propio optimismo al resto de la familia, en especial a su esposa, quien no puede evitar mencionar detalles que en un principio parecen anunciar la ruptura de la visión idílica del nuevo hogar.
Dentro de lo que parece ser una caravana sostenida sobre pilares y ruedas, se construye con resignación el nuevo hogar. Los niños parecen aceptarlo y adaptarse, pero la madre parece extrañar la ciudad desde un principio. La abuela llega de Corea con el propósito de acompañar a sus nietos, pero principalmente a su hija, a quien le cuesta lidiar con la soledad que provoca el aislado lugar.
En este punto la historia se convierte más que el sueño de una familia, en la concreción de los planes que el padre quiere cumplir para probarse a sí mismo de que es capaz de reescribir su historia, y eso resulta bastante original en la trama, ya que da espacio para que los demás personajes puedan abordar sus propias inquietudes en paralelo a algo común como el éxito de un proyecto que tiene el potencial de mejorar las condiciones de vida que afecta a la familia. También se percibe la necesidad de la madre no sólo de sacar adelante a sus hijos, sino que también de integrarse a una comunidad o, a lo menos, recuperar partes de su vida pasada, y con una poco convencional abuela ayudando a su nieto en la lucha silenciosa por superar sus propios límites.
El eje del conflicto de “Minari” se centra en la relación del matrimonio, que comienza a dar las primeras señales de un problema más profundo a través de los diálogos que se refieren a decisiones del pasado, cuyas consecuencias parecen situarse con más fuerza en el presente. Esto es justamente lo que coloca una mayor presión en el resultado de la cosecha, convirtiéndose en un acontecimiento decisivo, ya no sólo para mejorar las condiciones económicas de la familia, sino que también para evitar el desencanto definitivo de su mujer. Si bien, la premisa es bastante sencilla, la clave parece ser la naturalidad con la que transcurre la historia, y en este sentido no es necesario saturar al espectador de explicaciones o diálogos para imaginarse el camino por el que transitó la familia para llegar hasta ahí y lo que verdaderamente está en juego.
La película tiene varios elementos dramáticos, pero van develándose progresivamente, evitando la sensación de agobio que podría provocar este tipo de enfoque. En este sentido, aparte del conflicto principal constantemente presente, los acontecimientos cotidianos logran elaborar una construcción sólida de las características de los personajes y consiguen que el espectador empatice y, por momentos, se divierta con lo que sucede. El problema se presenta al mostrar las emociones de los personajes, ya que no se alcanza a profundizar en ellas, tornándose superficial a ratos en este aspecto. Esto lleva a que se vea un poco caricaturizada la figura de la abuela y que los sentimientos entre el matrimonio sólo se manifiesten en las partes en que discuten, mostrándose en las demás escenas su relación como en una especie de piloto automático. El intento de integración a la comunidad se anuncia como algo relevante, que termina por no tener ningún impacto, quedando como un antecedente más que hubiera sido interesante conocer.
En otras destacadas películas coreanas, el elemento metafórico también ha rodeado la trama, tal como se observa por medio de la piedra en “Parasite” (2019) y el palo de golf en “Bin-Jip” (2004). En el caso de “Minari”, Lee Isaac Chung incorpora un vegetal que, según entienden los mismos protagonistas, renace aún más fuerte después de morir, lo que deja entrever una luz de esperanza, pese al último acontecimiento que golpea a la familia. La planta también crece y se afirma en un lugar improbable, reflejo de la fortaleza de la acción de emigrar a una cultura absolutamente diferente, que en esta historia se transmite por el esfuerzo culminante para lograr el anhelado sueño americano que parece acercarse y alejarse en distintas ocasiones.
En definitiva, el mérito de “Minari” no se encuentra en la temática de fondo porque no es novedosa; se han hecho numerosas películas sobre inmigración que incluso muestran un camino mucho más sufrido. Lo que sí es posible destacar es la forma en que se exhibe la historia, dando un espacio a todos los personajes y mezclado una situación que puede parecer desesperanzadora con situaciones cómicas, dando un respiro a la trama, y la aparición de la abuela es clave para este fin, convirtiéndose poco a poco en un personaje que posiblemente será capaz de quedar en la mente de los espectadores. Estos elementos compensan el hecho de que las emociones no alcancen a tocar del todo a los personajes y pone el foco en el curso de la historia, que se acelera de forma muy efectiva en el desenlace, terminando en un excelente final.
Título Original: Minari
Director: Lee Isaac Chung
Duración: 115 minutos
Año: 2020
Reparto: Steven Yeun, Han Ye-ri, Youn Yuh-jung, Alan S. Kim, Noel Cho, Will Patton, Scott Haze, Eric Starkey, Esther Moon, Tina Parker, Darryl Cox
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