Si es que existiera un estilo cinematográfico que haya sido revisitado tantas veces como para llegar a perder el sentido, ese sería el subgénero bélico. Y es que son tantos los títulos que han utilizado la guerra como cortina de fondo para exponer sus dramas, que cada vez resulta más difícil nivelar la oferta con la demanda de un público que se encuentra mayormente saturado con ese tipo de producciones. Sin embargo, y para sostener las consecuencias de este escenario, también es cierto que la información disponible sobre los conflictos armados históricos es muchísima y muy variada, pudiendo significar aquello la excusa perfecta para continuar desarrollando filmes del mismo corte, como esta vez hace “La Dama de Oro”, encontrándose su matiz a partir del biopic.
La película cuenta la historia real de Maria Altmann (Helen Mirren), una mujer judía que siendo muy pequeña tuvo que escapar de Austria para sobrevivir la arremetida nazi en la Segunda Guerra Mundial. Sesenta años después de esto, Altmann, quien ahora está asentada en la costa oeste de Estados Unidos, va a encontrar unas cartas entre las cosas de su hermana recién fallecida, que hablan sobre una herencia que pertenece a su familia. El patrimonio consiste en unas pinturas realizadas por Gustav Klimt, robadas en medio de la ocupación nazi dentro del país austriaco. Uno de estos cuadros es el famoso “Retrato de Adele Bloch-Bauer” (renombrado por los hombres de Hitler como “La Dama de Oro”). Junto a un joven abogado (Ryan Reynolds), Maria comenzará una batalla legal para recuperar lo suyo, sufriendo por tener que recordar los horrores vividos en su infancia.
Comenzando, la cinta se dirige inmediatamente hacia sus asuntos cardinales, a los temas que va a tratar en el largo de su metraje, sin detenerse en introducciones que podrían restar más de lo que aportan, como suele ser tendencia en los largometrajes que están basados en casos reales. Es muy probable que un planteamiento como el anterior pueda ser bien recibido cuando el recurso se encuentra bien elaborado, algo que la “La Dama de Oro” sabe condensar bastante bien en sus 109 minutos de duración, sirviendo, asimismo, como un motor para que el ritmo de la película se mantenga firme sobre prácticamente todos los pasajes que atraviesa.
Mientras la historia se va contando con su forma bien definida, fuere en las distintas líneas temporales que se van cruzando a través de sus flashbacks, o por medio de la vertiginosidad que se muestra arraigada en la naturaleza de la cinta, los problemas de la última tienen que ver más bien con el fondo. Sin llegar a la incongruencia, son un no menor número de situaciones las que no terminan por encajar completamente, sobre todo al nivel de los diálogos que intentan hacer sólidas las bases del pasado, para traer mayor sentido a lo que hay en juego en el presente.
El personaje de María Altmann parece estar escrito en la conveniencia de Helen Mirren y sus características como la actriz llena de fuste que es. Un punto que aquí no representa algo necesariamente malo, logra quedar registrado de manera muy evidente en un rol que es interesante en términos donde este se puede descubrir desde diferentes flancos; las múltiples capas emocionales que Altmann posee, frente al aspecto evolutivo y contradictorio de su figura, hacen del papel un incuestionable dentro del título. Por otra parte, la relación que se va estableciendo entre los dos protagonistas del filme –la mujer judía, claro, y el abogado que la acompaña en su reclamación- está bien equilibrada, pero lo cierto es que Ryan Reynolds no da con toda la talla que exige la película.
A pesar de que el robo de pinturas es un tema que goza de un buen historial en el curso del cine contemporáneo, siendo la prueba más reciente de aquello el muy flojo largometraje dirigido por George Clooney, “The Monuments Men” (2014), “La Dama de Oro” puede defenderse con argumentos propios, aunque estos no pasen de un brillo más bien opaco. Quizás tampoco resulte de mucha ayuda que el conflicto central de la producción tenga como víctima a una persona de origen judío; por supuesto, no se desconocen ni esta historia particular ni todos los horribles sucesos del holocausto, sin embargo, en tiempos donde la verdadera reivindicación sionista se encuentra maltrecha por la funesta imagen que ha desgarrado a este pueblo en muchos lugares alrededor del globo –sobre todo en la potestad totalitaria de Israel-, tal vez a una parte del público no le caiga bien que ahora sea una pieza audiovisual la que refleja un nuevo triunfo judío.
Luego de estar en coma tras sufrir un complejo accidente en auto, hoy finalmente ha sido declarada como fallecida la actriz Anne Heche, luego de que su familia informara hace algunas horas que se había tomado la decisión de desconectarla del respirador artificial ante la imposibilidad de que sobreviviera tras las diversas lesiones que sufrió. Si bien al entregar la noticia todavía se encontraba conectada a la espera de los receptores de órganos, fue declarada legalmente muerta debido a las leyes del estado de California.
Heche sufrió una compleja lesión cerebral anóxica luego de chocar en su auto el pasado 5 de agosto, quedando en coma y en estado crítico, al punto que desde el primer minuto se informó que no sobreviviría. “Durante mucho tiempo ha sido su elección donar sus órganos y se la mantiene con soporte vital para determinar si alguno es viable”, señaló la familia en el comunicado que informaron sobre esta decisión.
La actriz es recordada por varios papeles en el cine y la televisión, su año más importante sin duda fue 1997, donde participó de varias películas como “Donnie Brasco“, “Volcano“, “I Know What You Did Last Summer” y “Wag The Dog“. Otras de sus cintas importantes fueron “Six Days Seven Nights” (1998, con Harrison Ford), “Psycho” (1998, remake de Gus Van Sant) y “Birth” (2004).