El cine biográfico, en especial aquel que toma la vida de una persona y le agrega ligeros toques de fantasía para proteger la intimidad de la persona expuesta a la cámara, es un arte en sí mismo. Requiere de una mirada delicada, de una inteligencia abierta a las posibilidades, y un ojo cinematográfico capaz de saltar desde los datos duros y verídicos a los arreglos propios de una película. Ahora bien, esta pieza de arte no se completa sin la necesaria contraparte: la persona que retratada. “El Diablo Es Magnífico” nos acerca a la problemática del mundo no-binario a través del retrato de Manu, una persona trans que nos abre las puertas de su mundo -y con ello pone sobre la mesa al mundo de las diversidades de género- durante los 67 minutos que dura esta experiencia fílmica.
Nicolás Videla nos presenta así un segundo trabajo como director, fiel a su estilo biográfico-híbrido que ya se saboreaba en su primera cinta, “Naomi Campbel” (2013). Esta vez, la película trata sobre Manu (Manuela Guevara) -narradora, protagonista y guionista del film- y sus pensamientos íntimos que configuran su mundo en las calles de París. Será allí donde nos adentraremos en las distintas reflexiones sobre el amor, el sexo y la realidad de vivir como un ser no-binario en la mal llamada capital del amor.
Como es de esperar al mencionar París, uno de los puntos fuertes de la película es su visualidad. Un trabajo de cámara impecable que, en contra de lo que se puede pensar, no sólo saca lo mejor de los paisajes y locaciones bellísimas de la ciudad, sino que también logra crear espacios de intimidad, de reflexión y dinamismo a través de un uso astuto de la misma, a medida que sigue a la protagonista en sus idas y venidas urbanas. De igual forma, esta propuesta que oscila entre el acercamiento total del encuadre y la apertura casi paisajística, permite que la película cuente una historia visual por sí misma, un relato que se ve complementado por las narraciones de la protagonista en una muestra de lo que puede hacer el buen uso de elementos técnicos escuetos.
A la par con esta rítmica visual profundamente lograda, será la voz de Manuela Guevara la que nos transporta por una historia no lineal, que se asemeja a las entradas de un diario de vida. Pensamientos desordenados, divagaciones, reflexiones y entrevistas se compiten la pantalla con relatos de historias a medida que los minutos se suceden. Este collage narrativo se convierte rápidamente en una de las apuestas más arriesgadas de la película, puesto que requiere que el espectador se compenetre verdaderamente con el pensamiento y vivencia de Manuela para poder hacer del film un viaje interesante.
No obstante, ese mismo estilo narrativo genera dos puntos climáticos muy marcados en el film: por una parte, momentos de extrema conexión humana con lo visto, con el relato auténtico de un ser humano, y sus vicisitudes que nos tocan en lo más profundo; y por otra parte, momentos alargados que no terminan de convencer, o que aparecen y desaparecen sin lógica alguna, sin dar mayor valía o explicación de su existencia en términos narrativos.
Finalmente, y siguiendo la línea de estos momentos enrevesados, la película insiste en un elemento que -al menos durante los primeros 40 minutos del film- se presenta como forzado, críptico y escasamente integrado: el baile. Se trata de secuencias dancísticas bellamente coreografiadas al ritmo de distintas canciones que componen la banda sonora traída por Santiago Jara y Martín Bruce. Dichos momentos rompen los clímax más interesantes del film por razones que no terminan de entenderse; instantes preciosos de emocionalidad que son arremetidos por este elemento que parece pertenecer a una idea que no termina de enlazarse adecuadamente al relato propuesto por la película. Sin duda alguna, no se trata de un elemento crucial ni mucho menos una razón que empañe el trabajo bien logrado del resto del film, sino de un momento sensible y hermoso que es casi totalmente desaprovechado por la posición que ocupa respecto al ritmo narrativo que el director propone.
En síntesis, “El Diablo Es Magnífico” es una película llena de contrastes. Es un viaje en búsqueda de aquello que fue arrebatado y silenciado: la dignidad de tener una voz propia. Como es de esperar, no todos sus elementos llegan a buen puerto, sin embargo, es innegable el excelente trabajo que se evidencia en esta producción y que -al igual que en la vida de las personas que buscan dejar de negarse el amor, la comida y la voz- constituye un riesgo que hace crecer enormemente la propuesta de esta película, a pesar de sus vicisitudes y detalles totalmente perdonables.
A la edad de 81 años ha fallecido el destacado cineasta alemán Wolfgang Petersen, quien fuera reconocido por películas como “Avión Presidencial“, “Troya” y “La Historia Sin Fin“. El realizador murió en su casa, acompañado de sus seres queridos, luego de varias complicaciones por un cáncer de páncreas que lo aquejaba hace algunos años, según la información que proporcionó la familia mediante un comunicado.
Petersen se dio a conocer internacionalmente en 1981 con “Das Boot” y “Die unendliche Geschichte“, o más conocida como “La Historia Sin Fin” (1984), para luego irrumpir en el mercado Norteamericano. Su primera película en Hollywood fue “Enemy Mine” del año 1985, y su gran triada vino después con “In The Line Of Fire” (1993), dirigiendo a Clint Eastwood y John Malkovich, además de “Outbreak” (1995) con Dustin Hoffman y Morgan Freeman, y probablemente su película más popular: “Air Force One” de 1997.
Más adelanto, en los 2000 estuvo a cargo de cintas como “The Perfect Storm” (2000), “Troy” (2004) y “Poseidon” (2006), para luego dejar de dirigir durante 10 años, volviendo con “Vier gegen die Bank“, película que terminaría transformándose en la última de su carrera.