Hasta hace no tanto tiempo, el estudio Summit Entertainment era conocido por germinar películas de mediano perfil y escasa repercusión. Eso hasta el estreno de “Twilight” (2008), cinta que inició una saga que, además de llenarle los bolsillos y permitirle ser adquirido por Lionsgate en 2012, le ayudó a encontrar su lugar en la industria: dar vida a adaptaciones literarias. Así es cómo, tras la desaparición de la franquicia vampírica, buscó replicar tal impacto, primero con “Warm Bodies” (2013) y luego con “Ender’s Game” (2013). Productos que no consiguieron la atención esperada y más pareció que equivalían a un aperitivo, algo en qué entretenerse mientras preparaban su caballito de batalla para emular lo de la sagas de Stephenie Meyer y Suzanne Collins: “Divergente”.
En un futuro distópico, la sociedad de Chicago se divide en cinco facciones (Cordialidad, Erudición, Abnegación, Verdad y Osadía), donde todo aquel que cumple 16 años debe someterse a una prueba que sugiere a cuál grupo debería pertenecer, no habiendo posibilidad de arrepentimiento luego de tomada la decisión. Beatrice Prior (Shailene Woodley) es una de las chicas que debe someterse a este proceso y, pese a que ha crecido en Abnegación, su elección es Osadía. En este grupo, junto con tener que pasar por duras pruebas de iniciación, deberá esconder que en verdad es una Divergente, es decir, alguien que no encaja en ninguna de las facciones y que, por ello, es perseguido persistentemente por las autoridades.
Productos inofensivos que no arriesgan nada, pero que desatan pasiones de miles de jóvenes alrededor del mundo. Eso es lo que rodea a los filmes que se extraen de bestsellers dirigidos a adolescentes, cuyo fenómeno se arrastra desde hace varios años y ya permite concluir que un papel fundamental en lo que resulte de esta clase de películas está dado por la decencia del material original. A priori, la ficción desplegada aquí llama la atención, en especial por el determinismo que tiene en el origen de la sociedad que retrata, pero en el saldo final su injerencia es tan secundaria que cualquier asomo de un tratamiento más jugado o personal queda completamente relegado.
Es una dificultosa labor sentarse a ver estas más de dos horas de cinta y no sentirse abatido, a propósito de su ausencia de sorpresas y a su tendencia a no abandonar espacios de comodidad. La revelación más inesperada del relato está ubicada al inicio, y nos quedamos esperando que cobre importancia pronto, pero dado que la película dilata en exceso todo, tal cosa no sucede. Lo que ocupa la mayoría del filme es un entrenamiento que protagonizan un grupo de aprendices bajo una rígida disciplina pseudomilitar, pasaje que se alarga sin pudor alguno y le proporciona un carácter desmesuradamente introductorio a la obra. Por otro lado, aunque existan descubrimientos importantes en el desarrollo, no están tratados de manera tal que signifiquen una novedad.
Uno de los principales problemas de estas realizaciones es que apenas rasguñan las superficies de las problemáticas sociales que exploran, y que son demasiado cuidadosas en explicarlo todo, aunque eso perjudique su ritmo. Tales rasgos son distinguibles en “Divergente”: no se salta ni un punto ni una coma de un molde que se ha comprobado que funciona al menos con cierta parte de la galería. Al final, lo que simboliza esta cinta es la idea del por qué arriesgar cuando puedes replicar lo que otros ya han hecho con buenos resultados.
El rígido esquema de este tipo de producciones deja sin mucho margen de acción incluso a actorazos como Kate Winslet y Philip Seymour Hoffman, y sometidos al piloto automático a directores que inspiran cierto respeto como Bill Condon, Andrew Niccol o ahora Neil Burger. Lo que más luce en este caso es el intento por acercarse a la saga liderada por Jennifer Lawrence, que a pesar de lo infructuoso de sus esfuerzos, queda el interés de un personaje femenino peculiar y la cumplidora actuación de Shailene Woodley, lo que a la postre es el pilar que permite que el relato no decaiga hasta niveles reprobables.
“Divergente” se ubica justa en la mitad entre “The Hunger Games” y “The Host” (2013); justo en la mitad entre lo catastrófico y lo notable. Es un primer capítulo que peca de ser excesivamente introductorio y no justifica por ningún lado sus casi dos horas y media de extensión, pero que es conducido con el pulso para no desmoronarse. De lo que no quedan dudas es que, para pasarlo realmente bien con una película así, hay que ser un total fanático de las cintas basadas en bestsellers adolescentes, de estos moldes, de estas convenciones, de estas formas. Lo peor de este estreno es que subyace la idea de que esta moda cinematográfica llegará a la cartelera con cada vez más regularidad y cada vez menor ingenio.
Novedades sobre The Notorious B.I.G. Se dio a conocer el primer trailer del documental “Biggie: I Got A Story To Tell” acerca del músico asesinado en 1997 y quien fuera incluido en el Salón de la Fama del Rock and Roll en 2020. La producción abarca entre los años 70 y 90 del rapero en Brooklyn, y su fecha de estreno es el 1 de marzo a través de Netflix.
La realización del filme demoró cuatro años, cuenta Emmett Malloy, director de la nueva entrega que abarca la carrera del artista. Y eso no esto todo, ya que, como productores, se encuentra la madre del protagonista, Voletta Wallace, y un colaborador cercano: Sean “Puff Daddy” Combs. Por último, está Wayne Barrow, manager de The Notorious B.I.G., quien tiene el rol de productor ejecutivo.
A continuación, te dejamos el trailer del documental: