En “Jojo Rabbit”, Jojo (Roman Griffin Davis) es un niño alemán de diez años hacia el final de la Segunda Guerra Mundial. Orgulloso de su nazismo, es parte de un campamento de entrenamiento de jóvenes para combatir en la guerra, su pieza está llena de propaganda nacionalsocialista, desprecia al pueblo judío y tiene de amigo imaginario nada menos que a Hitler (el director Taika Waititi, ridiculizando a la figura). Vive solo con su madre (Scarlett Johansson), quien secretamente forma parte de la resistencia y aloja a una joven judía (Thomasin McKenzie) en su ático. Cuando Jojo la encuentra, se ve conflictuado, pero decide entrevistarla para obtener información sobre los judíos y así escribir un libro sobre su manera de pensar que pueda complacer a su führer. Es mediante estas conversaciones secretas que Jojo empieza a formar un vínculo con la chica, poniendo en crisis su manera de pensar.
Por un lado, tenemos una comedia directa, en la que Hitler es el consejero de un niño radicalizado, donde Rebel Wilson y Sam Rockwell interpretan a caricaturescos trabajadores para el ejército nazi que llaman a niños a sacrificarse con un fanatismo exagerado y absurdo. La película saca risas de las costumbres nazis, de saludarse repetidas veces con un casual y afable “¡Heil, Hitler!”, de que piensen que los judíos tienen rebuscados superpoderes y de creer que su líder es una especie de semental enviado por el cielo a salvar a los elegidos. Y es efectivamente chistoso. Es burdo, es políticamente incorrecto y la película lo sabe. Quizás lo sabe demasiado, a veces pecando de estar muy complacida con su propio ingenio y sentido del humor, alargando chistes que ya se entendieron o anticipando remates que no golpean con tanta fuerza. Pero por lo general funciona, quizás por el mero hecho de lo innovador de su propuesta y que no hemos visto humor de este tema siendo exprimido con tanto abandono.
Pero, por otro lado, la película decide ser una historia de amor. Un coming-of-age con un mensaje y el foco puesto en la relación entre Jojo y Elsa. A medida que el primero va derribando los prejuicios que tiene sobre los judíos, entendiendo que hay una persona frente a él y, mediante esa humanización, pasando por todos los pasos que indican el primer amor. Es efectivamente adorable, Thomasin McKenzie y Roman Griffin Davis se encargan de no exagerar ni hacer más obvia una línea narrativa que es fácil de intuir hacia dónde va, culminando con un final necesario, adecuado, optimista y que deja al espectador reconfortado y contento de haber visto una película sobre nazis y el triunfo del bien sobre el mal. Esta versión de la película –la sentimental que deja el humor burdo de lado– suena a algo a lo que estamos más acostumbrados.
No es un problema el tener dos tonos compitiendo en la película. No es que “Jojo Rabbit” hubiese sido mejor si Taika Waititi se hubiese decidido por cuál de estas películas contar. Después de todo, Roman Griffin Davis y Scarlett Johansson –los actores a los que se les exige ser parte de ambos universos– hacen la transición perfectamente y con gusto, con actuaciones frescas y de apariencia sencilla, rescatando a la película de convertirse en dos cosas diferentes. El problema, si es que hubiese que reducir la película a algo tan simple, es que la trama de maduración, la del mensaje, la “seria”, finalmente es la que termina absorbiendo la narrativa. Es por la que Waititi opta cuando se vuelve necesario decidirse y esto es comprensible. El tema es lo suficientemente delicado como para darle un peso mayor una vez que los chistes se agotan.
Sin embargo, esto hace que la sátira, que tan feliz tenía a director, elenco y público en un comienzo, se torne caprichosa. Facilista. Innecesaria. No por eso menos efectiva, pero uno empieza a cuestionarla. ¿Es realmente transgresor mofarse de fanáticos nazi en 2019? ¿Hay valor en parodiar formas de pensamiento que ya consensuamos como sociedad que son inadmisibles? ¿No es eso demasiado seguro, incluso cuando es gracioso? Empiezan a surgir preguntas, ya que no se evoluciona la sátira de forma satisfactoria y se abandona en pos de algo más conocido. Para una película que intenta ser rupturista, finalmente se terminan notando las costuras de su convencionalismo y eso hace que todos los placeres que “Jojo Rabbit” sí otorga, y todas las risas y los comentarios que pueda lograr, no perduren mucho más allá de los créditos finales.
Dejando el discurso y la sátira de lado, nos podemos quedar con una película que ya hemos visto o que ya intuimos: una adorable historia de un niño que empieza a tomar sus primeras decisiones, con dinámicas tiernas entre todos los actores y un trasfondo de Segunda Guerra Mundial que le da un aire de finalidad y urgencia a otro cuento sobre crecer. No más que eso.
Título Original: Jojo Rabbit
Director: Taika Waititi
Duración: 108 minutos
Año: 2019
Reparto: Taika Waititi, Scarlett Johansson, Sam Rockwell, Rebel Wilson, Roman Griffin Davis, Thomasin McKenzie, Alfie Allen, Stephen Merchant, Archie Yates
La mayor trampa de un documental musical es caer en el éxito objetivo más que en la potencia de los fracasos subjetivos. De hecho, cuando aquello ocurre, se olvida la fuerza de lo documental y se queda la predominancia de la música, de la figura, pero más allá de cualquier cosa, un hálito a discurso oficial que, pese a ciertos bemoles, no se advierte en “Mystify: Michael Hutchence”. Y eso es vital para que el trabajo evite quedarse a medio camino entre el brillo de una estrella de la música popular australiana y las tormentas que pueden aquejar a alguien que elige el aislamiento por sobre la petición de ayuda a los cercanos.
La historia de Michael Hutchence podría ser pensada como la del ascenso y caída de INXS, conjunto clave para el pop-rock australiano, con una influencia mundial que se desvaneció más rápido de lo debido. Pero lo cierto es que la vida de Hutchence, y todo lo que la rodeaba, exigía un trabajo puntilloso y bien hilvanado. Eso es lo que el director Richard Lowenstein comprendió a la perfección, desde el armado estructural de la trama hasta la sensible decisión de que el relato fuera coral, sin entrevistas en cámara, sólo material de archivo y entrevistas en off, lo que puede mostrar ciertas incongruencias a nivel de guion, pero sin duda que permite mirar con diferentes ángulos la vida de Michael.
En vez de mostrar los hitos de INXS, como haría un documental clásico, por ejemplo, “Queen:Days Of Our Lives” (2011), lo que se va construyendo en “Mystify: Michael Hutchence” es cada parte de la persona detrás de la carismática, sensual y misteriosa figura del vocalista de la banda. Sus relaciones sentimentales, incluyendo testimonios de parejas históricas, como Michelle Bennett, Kylie Minogue o Helena Christensen, van dando a conocer no sólo los detalles de esos pasajes de la vida de Hutchence, sino también construyendo las certezas y dudas que él tenía consigo mismo, generando un puente entre sus historias en el presente narrado y su pasado, sus raíces familiares, y también sus intereses más allá de la música.
Algo que llama la atención es el nivel de extensión del archivo propio que tenía Michael Hutchence, incluso en su adolescencia, con material en video que mostraba lo que había detrás de las imágenes ya conocidas, permitiendo así que el retrato sea aún más fidedigno porque no hay necesidad en rellenar el documental con registros en vivo o entrevistados en pantalla. En vez de ello, la presencia del cantante es intoxicante, con pocos respiros, en un cúmulo de información que aprieta el pecho y dificulta la respiración, entregando parte de la experiencia que implicaba para el protagonista ser parte de su propia historia.
El punto más cercano a la creación de una historia oficial sobre Hutchence puede ser la forma cándida en la que se habla de drogas en el documental, algo que puede llevar a equívocos respecto a la influencia de este tipo de sustancias en la historia general o en sucesos específicos. Pero, fuera de ello, los roces creativos, administrativos, sentimentales o familiares se exponen con la suficiente imparcialidad como para entender que había una acumulación de experiencias más allá de las drogas, y que tenerlas lejos de la mira no era un acto de saneamiento, sino que de perspectiva para comprender cómo una vida puede recibir tantos estímulos externos e internos, como para que las drogas no parecieran ser tan fuertes.
El mayor problema en este trabajo audiovisual –que en lo técnico está claramente pensado para una sala de cine, desde la mezcla de sonido hasta la disposición de textos en pantalla– está en el guion, que cae en las trampas del relato coral y deja cojas algunas patas de la historia. “Mystify: Michael Hutchence” es exigente porque la cantidad de información, descripción y emoción dispuesta en pantalla es grande, y puede ser un tanto desconcertante para quien no sea conocedor de la historia de INXS o de su protagonista, pero también es parte de la experiencia, que en este caso, tal como el título de la obra, intenta engañar a quienes creían conocer al artista sólo por la altura de su figura, dando cuenta de todo lo auténtico que en verdad tenía un creador cuya pérdida más terrible no es la musical, sino la humana.
Título Original: Mystify: Michael Hutchence
Director: Richard Lowenstein
Duración: 102 minutos
Año: 2019
Reparto: Michael Hutchence, Patricia Hutchence, Kylie Minogue, Helena Christensen, Bob Geldof, Paula Yates, Lesley Lewis