La trampa de los tópicos controvertidos contingentes está en que, si bien de por sí constituyen un punto a favor por el mero hecho de utilizarlos, puesto que el interés público está en su punto más alto, también exigen encontrar un punto de vista novedoso con el cual abordarlos para marcar una diferencia. El drama puro es el tratamiento más utilizado, ya sea por la densidad del tema o por respeto a los involucrados, y aunque esta decisión es capaz de regalarnos macizas piezas cinematográficas, no significa que sea la única dirección en el mapa. Es que se suele descartar la existencia de la comedia negra como un recurso tan (o tal vez más si se trabaja bien) punzante como el mismo drama, y es entendible por los prejuicios que el género acarrea. Los británicos, no obstante, no le tienen miedo; se manejan en él cual pez en el agua.
El padre James (Brendan Gleeson) es un querido párroco de un pequeño pueblo de Irlanda. Durante una confesión, un sujeto declara haber sido víctima de abuso sexual cuando niño de parte de un sacerdote ya fallecido. Lo que el padre no espera es que el hombre le informe que, para descargar su impotencia, ha decidido asesinarlo a él dentro de una semana. Resignado a morir, el religioso reevaluará sus nociones de mundo y saldará sus cuentas pendientes.
No es la película que se espera ver cuando conocemos el título o miramos el afiche. Tampoco cuando se lee la sinopsis. Pero sí cuando nos enteramos que es una producción británica dirigida por el realizador de “The Guard” (2011) y protagonizada por el socio de Colin Farrell en “In Bruges” (2008), léase atípica y engañosa. Una ambigua comedia negra con pinceladas de drama, donde el desencadenante del conflicto principal –al abuso- es abordado de manera tan descaradamente soslayada como suele ocurrir en la vida real. “Pueblo chico, infierno grande” sería la consigna correcta en una historia de apariencia simple, pero de trasfondo intrincado, con un cóctel de inadaptados y peculiares personajes que se desenvuelven alrededor del padre James, como una multitud de dañadas almas hijas de una iglesia negligente.
El sacerdote, como figura de autoridad y pureza, personifica la gran fuente de elocuencia en un ambiente donde prima una inocencia que se entremezcla en demasía con la ignorancia. Y lo preocupante es que esto incluye a sus mismos pares religiosos, perfilados en la cinta como casi infantiles individuos, cuya conciencia respecto al peso social de sus cargos es virtualmente inexistente. Seguros en su burbuja de santidad, no les interesa profundizar en los verdaderos problemas de la comunidad, ni tampoco saben cómo hacerlo, porque sólo parecieran estar entrenados para dictar la prédica desde su estrado los días domingo, realidad que el padre James se resigna a aceptar con su pasividad reticente, pero pasividad al fin y al cabo.
Lo más rescatable es que, si se hurga lo suficiente, se puede descubrir que tanto el protagonista como el resto corresponden a un arquetipo distinto, que a su vez coinciden en la soledad. Cada uno puede ser nosotros, o nuestro potencial vecino, cuya real personalidad y complicaciones son ocultadas bajo una estampa de normalidad, y la sombría perspectiva de la película subraya que el camino religioso bien poco ayuda, si nuestro impulso a cambiar no nos nace desde adentro. El papel de Gleeson es la figura más compleja: representa una ideología que en la teoría se dedica por entero a la ayuda y aceptación del prójimo, sobre todo en los momentos de dolor, pero que en su estatus privilegiado ha alcanzado una alarmante insensibilidad respecto a aquello que predica. Escucha y tiene ganas de preocuparse, pero en lo tangible se queda al debe. Le impacta más el incendio de la edificación que la violación de un niño inocente.
Con su pausada progresión, híbrido tono y humor oscuro, no es una película sencilla de disfrutar. La primera mitad es algo incierta y dispersa, queremos que se estabilice, pero le toma tiempo. La línea argumental central no sigue la consistencia convencional, avanzando más bien por debajo, en segundo plano, conforme las interacciones del padre James con los personajes alimentan –algunos para bien y otros para mal- su percepción antes de la fecha fatal. Sólo en la segunda mitad coge fuerza, ejerciendo una presión respecto al futuro del sacerdote, que es complementada con las dramáticas paronámicas de los bucólicos paisajes irlandeses y una música que logra contraer el estómago.
El enfrentamiento final es, sin duda, el mejor momento en una producción que necesita ser revisada más de una vez para captar a cabalidad a qué realmente apunta. Se aprecia el oficio de una cultura acostumbrada a darle la vuelta sarcástica a temas difíciles, ya que de provenir de otras miradas con menos experiencia, seguramente quedaría como un intento fallido cercano a lo burdo. Las actuaciones están a la altura, destacando Gleeson, que pareciera no se esfuerza nada para ponerse en la piel de gente atribulada, descreída y rostro perpetuamente serio. Entrega material de sobra para reflexionar, lo que es importante. Vale la pena darle una chance.
A mediados de diciembre llegará finalmente “Avatar: The Way Of Water“, nueva obra de James Cameron y secuela de la película de 2009 y que cuenta con un casting compuesto por Sam Worthington, Zoe Saldaña, Sigourney Weaver, Stephen Lang y Kate Winslet. Hoy tenemos el trailer oficial de la cinta, cuya historia se sitúa una década después de los eventos de la primera cinta, contando la historia de la familia Sully, Jake, Neytiri, y sus hijos, abordando su dinámica familiar y los constantes problemas en las batallas que deben mantener para seguir con vida.