Alabanzas por la libertad, sueños imposibles que se vuelven realidad, gente que lucha contra viento y marea con tal de alcanzar sus objetivos. ¿Cómo permanecer indolentes frente a semejantes premisas cargadas de ilusión y humanidad? De hacerlo, simplemente significa que no se tiene alma. Está bien permitirse esa licencia de vez en cuando: el convertirse en cómplice testigo de una causa justa, abogando por ella por telepatía. En el cine levantamos una piedra y de inmediato encontramos cien opciones de este tipo a nuestra merced.
Afshin Ghaffarian (Reece Ritchie) es un chico iraní cuya pasión siempre ha sido la danza, práctica prohibida en su país. La llegada a la universidad le permitirá conocer a jóvenes idealistas como Ardavan (Tom Cullen) y Elaheh (Freida Pinto), haciéndose amigos y atreviéndose a desafiar las restrictivas leyes para vivir su arte. Así, el grupo se propondrá hacer una presentación en medio del desierto.
Basada en un acontecimiento verídico, la película cuenta con un propósito muy bien definido, lo que es válido; su mensaje es gritado fuerte y claro desde todos los rincones posibles. Lanzarse con un punto de vista explícito se aprecia, pero a veces las intenciones de profundizar en una problemática demasiado sensible se ven truncadas por esa vil tentación llamada melodrama. Cuesta trabajo encontrar el balance adecuado entre el compromiso con la causa y la mesura en cuanto a las herramientas que se utilizan para exponerlo.
La edición es ágil, pero en esa misma rapidez tropieza cortando planos en segundos equivocados porque, con el objetivo de resumir una acción con un aire de espontaneidad, esta es interrumpida de manera brusca. Ritchie se esfuerza, mas el peso de toda la producción en los hombros, en lo global, le pasa la cuenta. Más que nada le falta carácter, rasgo que comparte con Cullen y Pinto, entonces, ¿qué ocurrió con el casting? No hubo tiempo o presupuesto para barajar otras posibilidades, o tal vez el debutante Richard Raymond no fue capaz de imprimirles la suficiente intención.
¿Por qué no recurrir a actores iraníes para los roles protagónicos? Cabría preguntarse. ¿Qué hace ahí el inglés de “Downton Abbey” fingiendo un acento que no tiene? Está bien, se entiende la exigencia de incluir algún rostro familiar para el público en términos de beneficio comercial, no obstante, también puede ser leído como una falta de respeto a la cultura, porque se está sugiriendo –al menos implícitamente- que cualquier moreno puede interpretar a un iraní (siempre y cuando sea lindo, y no del todo moreno). Whitewashing es el fenómeno en cuestión, ese afán por presumir inclusión hacia las razas no caucásicas utilizando a personas, paradojalmente, caucásicas.
La triste agitación en naciones como Irán queda palpada en el film, pero hay cierto aire a fábula para contarle a niños que la envuelve, estropeando su finalidad. No es que peque de infantilismo, sin embargo, sí parece haber pasado a través de un filtro ligeramente rosa pastel que le resta consistencia dramática a un conflicto actual y latente. El que esté basada en una hazaña real tiene, por cierto, responsabilidad, ya que por lo general se cree que el efectismo tornará el caso más épico, siendo que este ya es así per se.
Existen diversas formas en que una problemática social puede ser abordada, y un inspirador relato de valentía es una de esas. En ese sentido, “Bailando Por La Libertad” da en el clavo en términos de emocionalidad y empatía, perfilando una historia con la cual no es difícil involucrarse. Pero, siendo justos, implicarse con un evento así se da prácticamente por defecto, por lo que el límite entre el impacto del caso real en sí y la calidad del trabajo que se realizó al adaptarlo se vuelve nebuloso. El cariño por la obra, eso sí, se debe reconocer. Aunque sea una visión más bien idealizada del asunto y sature en el aspecto sensiblero –sobre todo hacia el clímax-, hay dedicación y genuinos deseos por aportar como denuncia, lo que nunca es despreciable.
La Batalla de Midway en 1942 entre Japón y Estados Unidos fue un punto de inflexión en la Segunda Guerra Mundial, cuyas fuerzas se enfrentaron y demostraron el potencial militar con el que contaban, cambiando el curso que los enfrentamientos estaban teniendo hasta el momento. Aquella batalla sirvió como material de inspiración para la película “Midway” (1976) y nuevamente es retratada en pantalla en las manos de Roland Emmerich, quien está a cargo de una producción que rememora uno de los grandes momentos bélicos del siglo pasado.
“Midway: Batalla en el Pacífico” se ubica en 1942, justo en medio de la Segunda Guerra Mundial y seis meses después del ataque en Pearl Harbor a manos de la armada japonesa. Sus enemigos estadounidenses preparan un contraataque al ejercito japonés y una de las grandes batallas toma lugar en las Islas Midway, donde todo el poder militar estadounidense se pondrá a prueba para poder vencer a las fuerzas opuestas y darle un giro a la gran guerra.
Roland Emmerich es reconocido por su ostentación visual, donde el espectáculo de efectos especiales es el foco de atención y las grandes explosiones y batallas sirven como el adorno perfecto para, al mismo tiempo, complementar historias centradas en el heroísmo y el sacrificio por un bien mayor.
Después de “Independence Day: Resurgence” (2016), Emmerich se embarca en uno de sus proyectos de vida, queriendo rememorar y homenajear a quienes formaron parte de una de las batallas más importantes en las que Estados Unidos fue parte en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. El heroísmo y la abnegación son el pilar fundamental en la manera en que los protagonistas de esta historia son retratados, siendo ellos quienes conectan el monumental enfrentamiento y el drama humano detrás de la destrucción de portaaviones y cruceros.
Considerando las posibilidades visuales con las que se cuentan para representar este evento histórico, esta superproducción aprovecha con creces cada una de esas herramientas, reproduciendo la batalla aérea y naval de manera épica, y cumpliendo con el nivel grandilocuente de Emmerich. Aquellas escenas bélicas –apoyadas fundamentalmente por efectos digitales– constituyen la gran fortaleza de una cinta que pretende alcanzar más allá de lo que realmente logra. Por lo tanto, y desde un comienzo, estas secuencias harán de “Midway: Batalla en el Pacífico” una película que se basa más en la forma que en el fondo.
Sin embargo, el principal problema recae en el ensamblaje de estas secuencias de batalla con otras de un tono mucho más íntimo, donde el drama personal de algunos de los personajes sale a flote en medio de una guerra externa. Estos momentos, cuya naturalidad se pierde en diálogos flojos y forzados, aflojan la gran historia que se está tejiendo en el campo de batalla, produciendo una disonancia entre la ostentosidad de efectos visuales y hazañas heroicas, y la sencillez de acciones puestas a la fuerza para abarcar cada rincón que esconde un evento histórico. Queda en evidencia la desconexión que existe al momento de entrelazar y dar como resultado final un relato que pretende profundizar, no obstante, se queda en la superficie como si no supiera cómo avanzar.
“Midway: Batalla en el Pacífico” cuenta con el potencial y las características necesarias para poder convertirse en una producción que quiere mezclar secuencias épicas y el drama humano detrás de las grandes batallas. Sin embargo, falla al no poder lograr juntar ambas visiones de una manera coherente y natural, no alcanzando a abarcar en profundidad uno de sus objetivos, dejando que el espectáculo se apodere de la pantalla y resultando en una cinta atractiva de ver, pero carente de sustancia.
Título Original: Midway
Director: Roland Emmerich
Duración: 138 minutos
Año: 2019
Reparto: Ed Skrein, Woody Harrelson, Patrick Wilson, Luke Evans, Aaron Eckhart, Nick Jonas, Mandy Moore, Dennis Quaid, Darren Criss, Luke Kleintank, Alexander Ludwig, Mark Rolston